Para comisiones estamos...

Lo dijo en su día alguien tan antidemocrático como ignominioso. “Hágame caso –le contestó a un persistente ministro–; si no quiere que algo no funcione, constituya una comisión”. El autor –se habrán imaginado– era Franco, que en esto de ser gallego lo era en clave de redundancia por ser, además, ferrolano. No me lo tome a mal quien se sienta ofendido, pero lo cierto es que la cosa de las comisiones debe funcionar más en el sentido que buscaba el dictador que en el que se entiende que es para el que se constituye; es decir, para arreglar algo –o al menos intentarlo–. Claro que, para Franco, lo importante era la dilación. Y es que entre que se constituía la comisión, se decidía  su presidencia y se debatía lo que aconteciera, ya no se hablaba de lo pertinente. Así, a todo cuanto se plantease siempre se podía decir que se estaba ya abordando, lo que venía a decir tanto como que se le prestaba atención. Sin ánimo de comparar, ahí tenemos como ejemplo cercano el del gobierno ferrolano...

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