En la gresca parlamentaria por la cadena perpetua revisable se ha dicho que a las víctimas “las mueve la rabia” “que actúan por venganza”. Se percibe en el discurso más radicalidad que el que ellas expresan.
Las leyes que afectan a derechos y libertades deben ser aprobadas y aplicadas con cautela, jamás la de la oportunidad política. Y el objeto de las condenas ha de ser la reinserción, claro que sí. Pero, ¿y la de las víctimas?, ¿no merecen ellas ese cuidado a la hora de permitirles recobrar el equilibrio emocional? ¿Hallar un mínimo de consuelo en la justicia? O es qué solo se perfecciona el sistema y es progresista la norma reinsertando al verdugo.
Y si la perpetuidad, aún revisable, se nos antoja injusta, por qué a la hora de la aplicación de la Ley de Memoria Histórica se condena, no sin razón, al ostracismo al franquismo, manteniendo sin fecha el reproche social que merece. Sojuzgó la voluntad de este pueblo, es cierto, pero no lo ha intentado hacer ETA y otros grupos terroristas y, sin embargo, se le exonera, aplaude y defiende pese a que no se hayan arrepentido. Es más, se busca despenalizar sus ofensas a las víctimas. Y no es menos cierto que el asesino en serie, el depredador sexual, ponen en peligro la vida y la seguridad de honrados conciudadanos.
En este debate falta coherencia y sentido ético, tanto que parece que la diferencia la marca el hecho de que el verdugo es siempre de alguien y la víctima de nadie.