Es una antigua receta política, que nunca falla. Dice: Cójase un ministro del Interior fresco, sálese, rocíese con algo de pimienta cinco bayas partidistas; proceder a marinarlo con zumo de Constitución, y déjese reposar en el frigorífico desde la noche anterior. Por la mañana póngase a temperatura ambiente, luego rebócese en harina civil o penal, bien tamizada; pásese por un par de huevos, bien batidos, y fríase en aceite de oposición a 300 grados o más, intentando que se dore hasta que dimita”.
Verán como no hay cojones a una cosa ni otra, ni de coña, y quedará tan fresco como si nada. Pues eso les pasa a los ministros del Interior, porque todo lo que hacen les parece normal y no hay bemoles a que dimitan por ello. Y es que los ministros de Interior, duros de cojones, lo mismo van y te protegen de la delincuencia que te muelen a palos sin ningún pudor –por un quítame allá esas pajas– según sea el caso.