después de que el Gobierno haya tomado las riendas para intentar acabar con la homeopatía que vende soluciones mágicas que, por supuesto, son absolutamente inútiles, le ha llegado ahora el turno a los influencers esos que promocionan desde sus ordenadores fármacos. Tiene delito que personas cuya capacitación se limita a dar bien en pantalla se permitan el lujo de recomendar a sus seguidores el consumo de determinados medicamentos, como si fueran facultativos licenciados y ejercientes. Aunque, al final, la culpa tampoco es toda suya. Habría que plantearse qué falla en una sociedad en la que alguien es capaz de tomar un medicamento solo por el hecho de que lo recomienda alguien medianamente famoso.