Pablo Livio, en Monty4

Pablo Livio (La Habana, Cuba, 1964) captura la realidad, en su muestra “Capturas” (valga la redundancia) transmutándola en un relato donde los seres y los humildes objetos se reúnen, como por arte de magia, en depuradas composiciones donde adquieren la entidad de lo maravilloso, a la vez que hablan de cuestiones profundas, como el amor perdido, los sueños y juguetes de la infancia, la lucha entre el bien y el mal de los relatos de héroes como Batman; o también dan pie a la ironía y la crítica sobre la manipulación mediática  de ciertos iconos, como los del cuerpo femenino. 
La belleza de un desnudo puede así ofrecer una doble lectura: por un lado puede remitir al simbólico tema de las antiguas Venus, expresión máxima de la armonía terrestre y uraniana; pero también  puede hablar del uso abusivo que de ello se hace en ciertas revistas como Vanity Fair; de este modo, la diosa pasa a ser objeto de consumo y el erotismo se degrada. 
Esta ambivalencia queda perfectamente expresada en el cuadro “María y mis demonios” donde la entronizada joven desnuda no preside un espacio idílico, sino que se enfrenta a una portada de Vanity y a una fría y dura pared gris; la acompaña, en primer plano, un igualmente frío y duro lavabo, presidido por un fálico grifo de bronce y sobre el que hay diversos objetos de aseo: Podemos decir entonces que es la misma belleza la que está encajonada en un bodegón sin salida, entre los sucios restos de los carteles arrancados de la pared y las escurridizas manchas color café que ha dejado el agua  en la porcelana de la pila. 
P. Livio es un maestro del detalle que acentúa su  extraordinaria técnica hiperrealista, en la que a menudo juega con el trompe l’oeil que ofrece una falsa ilusión óptica de tridimensionalidad; pero  en él la utilización fiel de lo real adquiere un valor simbólico, al tiempo que hace guiños al realismo mágico y lo surreal; los objetos, reunidos aleatoriamente, se relacionan con espacios, transmiten memorias, recogen fragmentos de vivencias, instantes idos y anhelos de más allá. 
Tal así, el daliniano cuadro “Eva y yo”, en que en un interior, con abigarrado bodegón sobre mesa de madera, abre un gran vano o ventana circular hacia un paisaje lejano por el que entra una bandada de aves como aladas mensajeras de libertad; al tiempo, por otro pequeño hueco, se escapa al exterior el pájaro del alma, en busca de su horizonte. 
En la obra de Livio está también el proustiano perfume de las rosas, las tentadoras manzanas de Eva, los recuerdos, la música, los deseos, las lecturas, el brindis olvidado en un vaso de licor, el acento pop del consumismo, los conjuros de alguna Fata Morgana...; y, en suma, está la vida con sus luces y sus sombras, relatada con una amplia metonimia en la que las cosas representadas no nombran lo que son, sino lo innombrable que esconden, Desde Viveiro, donde actualmente reside, se afana en buscar lo real maravilloso, como su admirado Alejo Carpentier, es decir, en revelar el secreto guardado tras la apariencia.

 

Pablo Livio, en Monty4

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