Ya hace algún tiempo que Esquerra Republicana de Catalunya descubrió que para aspirar a lo que últimamente perseguía, la independencia, no quedaba otro remedio que ser más, es decir, en vez de un 47% de electores favorables a la misma, un 75% o así, como mínimo. Le costó descubrirlo, es más, lo descubrió a su pesar, tarde y por imposibilidad metafísica de seguir hurtándose a la realidad, pero recientemente ha descubierto otra cosa que le ha costado mucho menos, la de que con los Puigdemonts y los Torras, llámense Convergencia, PDeCAT o Crida, no se va a ninguna parte, y mucho menos a buscar esa mítica, desbordante e insoslayable mayoría independentista que vencería la realidad, hasta hoy tan esquiva, a su favor.
Semejante hallazgo, cuya autoría podría atribuirse a Oriol Junqueras, siquiera por el mucho tiempo que dispone para la reflexión, no podía sino provocar el cisma en el frente secesionista que ha provocado, siendo casi irrelevante la causa última de la escisión, el rifirrafe a cuenta de la delegación del voto de algunos de los huidos y encarcelados, pues la acumulación de factores lo hacían, tarde o temprano, inevitable. Ya el primero y original de ese acúmulo, el de la ligazón contra natura de una derecha reaccionaria y corrupta con una izquierda nacionalista de imprecisos contornos ideológicos, llevaba impresa su fecha de caducidad, tanto más cuanto se establecía en pos de una quimera, la de la apropiación o sustracción de una parte del territorio de España, o, como ellos dicen, la independencia de Cataluña.
Desvanecida la quimera, cuando menos por unas décadas, no quedaba entre ERC y el PDeCAT, o entre Junqueras y Puigdemont para ser más exactos, sino un cadáver en descomposición, el que muchos abrazaron creyendo que era una sueño, pero que sus promotores, gente no muy en sus cabales como se ha visto, convirtieron en pesadilla para todos, para los afectos a esa ensoñación y para los que en ella siempre vieron lo que realmente era, una asonada de ricos sin pies ni cabeza.
A poca inteligencia que haya en la otra parte, en la llamada constitucionalista, y a poco que se aleje del terreno de juego la política ultramontana en cualquiera de sus formas, éste cisma no ha de traer sino buenas cosas. Las malas, el cainismo, el odio, la unilateralidad, la traición, el desgobierno y los palos, ya se sabe lo que traen.