SI el juez Miguel Pedraz, a quien apodan el pijo ácrata, tuviese un ramalazo literario como el de su colega Vázquez Taín y le diese por escribir libros con un argumento similar al de los casos de su jurisdicción, podría publicar decenas de volúmenes con las andanzas de Ángel María Villar. Los hechos que se van conociendo sobre el presidente de la Federación de Fútbol gracias al auto de procesamiento lo enfilarían ya hacia un premio literario, pero lo que él no recoge en los legajos y que también se va conociendo lo convertiría en aspirante al Nobel. Por ejemplo, la queja de Del Bosque por el carrusel de partidos contra selecciones de quinta o sexta fila que debía jugar España y la respuesta de Villar: “No podemos privar a los pobres de que vean a la campeona del mundo”. ¡Qué solidario! No se podía privar a los pobres de ver a la campeona, ni a su hijo de forrarse a cuenta de esos encuentros. La ONG Chorizos sin Fronteras –que no son la FIFA ni la UEFA, eh– aún galardonaría a los Villar con su medalla de oro de la orden del mérito del balón de reglamento.