Eficaz es, literalmente, todo lo que produce efecto, con independencia de si el fin perseguido es bueno o malo, favorable o adverso, beneficioso o perjudicial.
Un veneno es efica si produce la muerte; un medicamente es eficaz si cura la enfermedad y conserva la salud. La eficacia expresa, únicamente, una relación de causa a efecto, es decir, que “no hay efecto sin causa”.
La utilidad, por su parte, se refiere siempre a algo provechoso y deseable. A nadie se le ocurre considerar útil lo que perjudique a las personas o a la sociedad. La utilidad encierra siempre un juicio de valor que se traduce en aprovechar lo útil y desechar lo inútil.
Ineficaz es lo que no produce ni causa efecto alguno. Inútil es lo que resulta inservible y carente de todo uso posible.
El afán humano de servirse y aprovecharse del máximo de utilidad posible para la vida personal, familiar, profesional y social es, precisamente, el factor determinante que da origen al “utilitarismo” como movimiento y doctrina ética formulada a fines del siglo XVIII por Jeremy Bentham.
Según esa doctrina, toda acción será correcta si resulta útil o beneficiosa para alcanzar la máxima felicidad posible.
La felicidad es, para los utilitaristas, el deseo evidente que tiene todo ser humano de aumentar el placer y disminuir el dolor.
No cabe duda de que, con independencia de la diferente concepción de la felicidad que cada uno pueda tener, y que da lugar a los diversos movimientos y la evolución producida dentro del utilitarismo, su sustento ideológico es inconmovible y siempre el mismo, es decir, que en la vida y en las acciones humanas prevalezca el placer sobre el dolor.
La distinción entre placeres intelectuales y morales, como superiores a los puramente físicos, o entre felicidad y satisfacción, considerando superior a la primera con relación a la segunda, es la corrección que introdujo en la doctrina de Bentham su discípulo Stuart Mill, por considerar que el deber e realizar lo útil para producir el mayor bien que podamos, no es la única causa de la felicidad, pues también lo son cumplir nuestras promesas, no perjudicar a los seres inocentes, el altruismo y la gratitud.
El utilitarismo es, también, en muchos aspectos tributarios del hedonismo o de la ley del mínimo esfuerzo, que consiste en obtener el mayor beneficio con el mínimo sacrificio.
Finalmente, diremos que el utilitarismo es gravemente perjudicial cuando se reduce al egoísmo individual con olvido del bien común general. La felicidad de todos debe comprender la felicidad de todos y cada uno, pues, por su condición de personas, ni una vale menos que varias ni varias valen más que una.