Hispanoamérica: el desastre sostenido

n situaciones de desastre o emergencia nacional solían los intelectuales salir a la palestra y contribuir, con sus opiniones y actitudes, a superar o, al menos, sobrellevar los conflictos. 
Así lo hicieron en el pasado siglo gentes ilustres como Ortega, Unamuno, Pérez de Ayala, Marañón, etc. y, más recientemente, Fernando Savater, Arturo Pérez Reverte, Pedro J.Ramírez, José Antonio Marina y otros. 
En esa línea, ( hoy sustituida por una cohetería vacua y personalista, surtida en píldoras carentes de cualquier rigor o solidez argumental y disparadas en las “redes” sociales) acabo de leer las consideraciones, en verdad inquietantes, de ocho escritores de otros tantos países de Hispanoamérica, alarmados por señales y mensajes de radical destrucción, regresivos y violentos, que la vida económica, social y política de sus países está proyectando y que todos ellos han denunciado con valor y asumiendo riesgos ciertos, seguros. 
Un caso reciente es el de la escritora venezolana Karina Sainz Borgo en su novela La hija de la española, tremenda y veraz radiografía de una Venezuela a cuya pasada prosperidad tantos gallegos (hoy muchos de ellos retornados) han contribuido. Ella y otros como Héctor Abad, Alonso Cueto, Mariana Enríquez o Gioconda Belli son parte del oportuno y necesario coro de voces alzadas contra los muchos males de sus patrias respectivas, evocando así el “¡Oigo, Patria, tu aflicción!” (a España se refería) del poeta José de Espronceda.
Una permanente inestabilidad y una larguísima serie de graves desigualdades parecen ser ley en el vivir diario de estos países, donde un paso adelante es seguido, más pronto que tarde, por dos o más atrás; donde constituciones y leyes parecen hechas para ser conculcadas; donde llegado al poder como demócrata, el gobernante se acomoda en el bien nutrido gremio de dictadores; donde la violencia –desde el crimen hasta el exilio, la tortura o la pobreza y el hambre– llegó hace siglos y llegó para quedarse y ni siquiera la cuestión racial, indígena, ha podido ser resuelta. 
Paradójicamente esta crisis perpetua o recurrente, coincide a veces con etapas de floreciente expansión cultural y los escritores, con frecuencia desde el exilio, testimonian lo que les toca vivir y hacen de ello gran literatura.
Entre la perplejidad y el asombro uno se entera de la orgía de crímenes que son en México un “rayo que no cesa”; de los miles de exiliados y la expansión de la pobreza en Venezuela; de la cronificación de la deuda económica en Argentina; de la virulenta caída en Bolivia del indigenista Evo Morales y de la alta conflictividad social en un país tan democrático como Chile. 
Mientras, la vida política colombiana parece ensombrecerse pese a la pactada pacificación de los muchos y graves conflictos. No se puede desde luego generalizar, pero las alarmas son hoy tan claras como contundentes.
Vivimos tiempos de culto a la sostenibilidad. Desde la más estúpida ocurrencia hasta el cultivo de los frutos de la tierra, todo ha de ser sostenible, con independencia de cualesquiera otras cualidades. 
De momento, las virulentas crisis que se reproducen en Hispanoamérica, más que sostenibles son sostenidas: se perpetúan y acentúan a modo de bíblicas plagas que de momento siguen cayendo y castigando siempre a los más débiles, que son millones y son muy pobres. 
Ojalá el futuro traiga algún remedio, un buen remedio... y que sea urgente, porque la situación –una vez más – también lo es.

Hispanoamérica: el desastre sostenido

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