La tecnología maldita

enemos que resolver diferencias y reducir las tensiones. En muchos países es tan fuerte el contraste y la confusión, que se requieren líderes dispuestos a dar lo mejor de sí, por encauzar otra existencia menos combativa. Desde luego, no podemos avanzar sin hombres honestos, sin dirigentes rectos que sientan fuertemente en su interior la llamada al bien colectivo mundial. Está visto, que tan importante como el conocimiento, es el conocerse uno y el reconocerse en los demás; y, que  tan vital como cultivarse, es propagar una buena dosis de coherencia moral. Por tanto, ante tantas carencias afectivas, urge abolir esas tecnologías malditas que nos acorralan, como es la balística;  que, sin corazón alguno, todo lo destruye. 
Tampoco podemos continuar oprimiéndonos el alma, mediante la exaltación de la tecnología. El sentido de todas las cosas hace tiempo que se ha deformado, adaptándose a estas técnicas malditas, que todo lo quieren programar a su servicio y antojo. Apenas tenemos tiempo para nosotros. Vivimos para las máquinas. Ellas nos controlan y hasta nos dominan. Lamentablemente, una gran parte de la sociedad actual se ha vuelto tan estúpida como terca, tan endiosada como imbécil, jactándose del término dominador. Por ello, a mi juicio, necesitamos otra visión menos mundana y más amorosa de lo que a diario nos acontece. Para empezar, cambiemos el mercado de vidas por otros estímulos más humanos, aunque no sean productivos. 
Cada día son más las personas esclavas de la maldita ciencia tecnológica. Indudablemente, internet es un pórtico abierto a un mundo atractivo y fascinante, con una fuerte influencia formativa; pero no todo lo que está al otro lado de la puerta es saludable, sano y verdadero. De hecho, televisión, videojuegos, smartphone y ordenadores, resultan en ocasiones un impedimento real al diálogo entre los miembros del hogar, al alimentar relaciones fragmentadas y alienación. De este modo, se acaban viviendo relaciones virtuales que muchas veces nos disgregan, apoderándose incluso de nuestro tiempo libre para la familia. Bien es verdad, que también hay organizaciones que quieren aprovechar su potencial para generar compasión y empatía con causas importantes. Sea como fuere, todo necesita una dimensión ética que nos ponga en el buen camino, en la buena orientación.
No olvidemos que, apoyados por esta digitalización avasalladora en parte, se suele producir un abuso desenfrenado de los recursos naturales y una hegemonía insensible con la que cuesta entrar en razón. A los hechos me remito, mientras una buena parte del mundo lo acapara todo, otros no tienen más que pobreza. A lo mejor tenemos que pasar menos tiempo buceando por la renombrada inteligencia artificial y escucharnos más unos a otros con la mirada. Seguramente entonces nos volveríamos más cooperadores y, descubierto este horizonte cuando menos estético, nadie progresaría a expensas de otro. Al final, lo importante no son las tecnologías, ni los avances científicos, sino la propuesta de que todo esté al servicio de todos, también de los más necesitados y vulnerables. Por desgracia, este ciberespacio reinventado desde la globalización, en lugar de permitirnos el reencuentro, muchos lo utilizan para alimentar el odio y la venganza, o el comercio del sexo, explotando siempre la bomba de la perversión en los más débiles e indefensos. En consecuencia, la conducta delictiva lo es tanto en el contexto de una realidad física como en la virtual, y las autoridades tienen el deber y el derecho de hacer cumplir las leyes.
Personalmente, deseo que las tecnologías dejen de ubicarse en el territorio de lo maldito, y nos sirvan para propiciar sosiegos y vías de entendimiento entre todos. Ojalá sepamos armonizar estos valores tecnológicos que están ahí con los de nuestra propia conciencia. Sin duda, es esencial que toda persona, habite en el lugar que habite, se encuentre en el centro de todas esas políticas y programas. Pensemos que la tecnología no lo es todo, pero sí que puede contribuir a hacer un gran bien o un gran mal. Hay que superar tantas visiones materialistas, que la fuerza impulsora va a estar siempre en esa ternura por lo autentico, considerado en su totalidad de espíritu y cuerpo. 
Nos pasamos media biografía hostigándonos unos a otros y acosándonos mediante lenguajes hipócritas, rompiendo con nuestras tradiciones, haciendo barrida de todo, hasta de las raíces que nos sustentan, como seres vivos y pensantes. Tanto es así, que nuestra específica historia de cada día, también la amoldamos a nuestros intereses, y así ha surgido una nueva corriente impositiva de vivir el momento presente, aunque nadie respete a nadie. Hay una colonización cultural destructiva a más no poder. No tenemos que ir demasiado lejos para ver algunas muestras, de ese fomento ideológico, que nos deja sin palabras. Todo lo que no me agrada lo acorralo, lo dejo sin espacio, sin camino. No importa el número de perseguidos, lo que interesa es el disfrute egoísta del instante. Da igual que origine desequilibrios. Los poderosos nos han aleccionado hasta el extremo de dejarnos sin conciencia. Lo fundamental es la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. Vivimos anestesiados. Ayer las diferencias se consideraban. Hoy, con estas modernidades rígidas, todo se pone en entredicho, hasta la misma creación o el equivalente sentido natural de las cosas. Ojalá abramos los ojos antes de que sea demasiado tarde y pongamos más corazón que ideología en nuestro andar, más serenidad que terror en nuestro sentir, más vida que muerte en suma. 
A las realidades hay que conocerlas por su nombre. Y, en este sentido, los sembradores del terror son terroristas, y sus actos son injustificables independientemente de quién, cómo, dónde, cuándo y por qué se cometan. De ahí, que todos los Estados han de combatir esta lacra actual, ajustándose a las leyes internacionales humanitarias, de refugiados y de derechos humanos.

La tecnología maldita

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