nunca hubiera creído que de la boca del ministro tenido por el más firme valladar político del Gobierno Sánchez frente al reto del separatismo fuese a salir semejante confesión de impotencia del Estado. Por no decir debilidad.
Me explico. El titular de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, ha elogiado públicamente la eficacia del relato independentista a escala internacional. No tanto ante las cancillerías, donde no ha cosechado más que portazos, sino en las opiniones públicas de los países de nuestro democrático entorno.
El problema es que semejante constatación fue acompañada en el análisis de Borrell por el sonrojante reconocimiento de que “España ha carecido y carece de un relato movilizador”. Un análisis coronado por la sorprendente declaración de que, si hablamos de medios materiales y humanos, el Ministerio de Asuntos Exteriores sale perdiendo en la comparación con los despliegues de la Generalitat en el extranjero.
Ni más ni menos: “Ya me gustaría a mi disponer de los medios que tiene Diplocat”, dijo en el transcurso de un almuerzo celebrado en el Club siglo XXI de Madrid.
Y lo decía justo cuando acababa de reabrirse la oficina exterior de Cataluña en Berlín. O sea, lo que los independentistas ven como su “embajada” en Alemania, cerrada desde que a finales de octubre del año pasado se había aplicado el artículo 155 de la Constitución.
El episodio coincidía también con la difusión publica de un documento oficial sobre los libros de texto en Cataluña que incitan al separatismo, destilan voluntad de adoctrinamiento y vulneran el ordenamiento constitucional y difunden una versión sesgada del “procés”. Se trata de un documento elaborado por la Alta Inspección del Ministerio de Educación, aunque ha sido ignorado tanto por el anterior Gobierno del PP como por el actual del PSOE.
Nadie se explica por qué los Gobiernos centrales no han hecho absolutamente nada por retirar de la circulación estos libros de texto desde que el entonces ministro Íñigo Méndez de Vigo recibiera en el mes de febrero el mencionado informe. Como tampoco se explica nadie el creciente el alejamiento del Estado y, en general, de todo lo “español” en aquella Comunidad.
Se constata que la llamada ética de la responsabilidad cae siempre del mismo lado. Por no echar leña al fuego, se dice. La prueba más reciente es el desistimiento oficial en la guerra de los lazos, a pesar de la doctrina del Tribunal Constitucional (28 abril 2016) y las sentencias del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña contra el uso partidista de los espacios públicos.
El tema de fondo continúa siendo la hiriente y no corregida incomparecencia del Estado en Cataluña.