Invocando la advertencia bíblica de que “por sus frutos los conoceréis”, no me atrevería de momento a lanzar las campanas al vuelo por la investidura de Isabel Díaz Ayuso como presidenta de la Comunidad de Madrid. Y no es porque de entrada ponga en duda su valía. Lo digo porque la candidata del PP ha llegado a la que durante los próximos cuatro años será su sede política en la emblemática Puerta del Sol, después de una larga negociación que ha sido todo menos un camino de rosas, y con un complicado panorama por delante.
Contará con un socio de Gobierno incómodo, no muy fiable, que cualquier día le puede salir por peteneras, cual es Ciudadanos. Y tendrá como aliado, pero desde la oposición, a un Vox que no termina de ofrecer una versión madurada y unitaria de lo que quiere. No le será fácil la labor de gobierno. Algunos la califican de titánica. Por eso digo que habrá que esperar a ver cómo y en qué medida cuaja.
Díaz Ayuso, además, tendrá enfrente la dura oposición de un Partido Socialista que no perdona nunca y menos en esta ocasión cuando, a pesar de haber ganado en las urnas, se ha visto apeado del poder en virtud de un pacto postelectoral; esto es de una práctica que él ha manejado con profusión, pero contra la que se rebela cuando no le favorece, como ahora ha sido el caso.
Y tendrá enfrente también el poderoso aparato de un Gobierno central previsiblemente manejado por Pedro Sánchez, que hará lo posible e imposible por desactivar la histórica rebaja fiscal de impuestos que como principal reclamo ella ha prometido a los madrileños y que pondrá en más que evidencia las voraces subidas fiscales que tiene pactadas con Podemos el eventual inquilino repetidor de Moncloa.
No habrá que olvidar que a la vista de la caja de resonancia que supone Madrid, el Gobierno Ayuso está llamado a ser contrapoder o contrapunto del Gobierno Sánchez. Y no sólo en el ámbito económico. Las referencias en su discurso de presentación a la cuestión catalana y a la unidad de España son muestra inequívoca de que su presidencia no será ajena a la política nacional.
La investidura de Ayuso, un producto casadista hasta la médula, constituye también un poderoso espaldarazo para el joven presidente del partido, que así palía el revolcón electoral de las generales y en menor medida de las autonómicas. Madrid será la joya de la corona.
Si la experiencia resulta exitosa, la nueva presidenta de madrileña bien podrá pasar a encabezar las baronías del partido, desbancado así a quienes en la actualidad pasan por detentarlas y que de casadistas tienen más bien poco. Hablo de Juan Manuel Moreno (Andalucía), Alfonso Alonso (País Vasco) y del calculador aspirante desde la distancia y disidencia, el galaico Feijóo. Si cuaja -repito- la fórmula Ayuso.