Marcha atrás y a toda desesperación en Ferrol

Mientras esa parte de España que, por mera coincidencia geográfica, ocupa justo la esquina contraria a Galicia se ha convertido en motivo más que suficiente para alentar mentes despejadas y privilegiadas del panorama político del conjunto del país, como estos días pasados sucedía con las que emitían tanto el alcalde de Ferrol como líderes como el del BNG municipal –por citar solo algunos ejemplos–, parece converger en un único titular en las primeras planas de la prensa escrita o el casi único contenido de cualquier informativo, en esta ciudad –más esquinada que nunca– tal vez incluso pasen desapercibidas cuestiones que, por locales, no carecen de trascendencia.
Quien en mayo de 2015 se decantó por un cambio de registro en la gestión municipal, lo que supuso la inesperada llegada a la Alcaldía de una formación llamada a demostrar que la unidad de la izquierda –pese a lo evidenciado en anteriores ocasiones– podía ser un hecho y no una simple quimera en Ferrol, se habrá llevado ayer una nueva sorpresa al comprobar cómo la política del supuesto cambio que ha defendido hasta el hartazgo Ferrol en Común se queda en la mera, llana y simple aceptación de que lo que estaba hecho era, al fin y al cabo, lo único que se podía hacer.
Como ya sucediera en ocasiones precedentes, Jorge Suárez, arropado esta vez por “casi” todo el grupo de gobierno, se ha visto obligado a asumir que lo decidido por el gobierno del popular José Manuel Rey Varela no sólo no tenía marcha atrás posible sino que la desesperación que mueve a este mini ejecutivo local, atosigado cada uno de sus ediles por la asunción de innumerables concejalías hasta el punto de que, por regla general, ninguna logra sacar casi nada adelante, es la que finalmente rige los destinos de la ciudad. 
Sucedió con anterioridad con el contrato del suministro y mantenimiento eléctricos; sucedió con la fallida remunicipalización del servicio de recogida de basuras –contrato prorrogado por el mismo gobierno que se había comprometido a su remunicipalización–; y ha sucedido ahora con la tasa del saneamiento en los términos previamente aprobados y defendidos por el grupo popular. Solo que, para más enjundia, dotada ahora de un efecto retroactivo que choca frontalmente con el espíritu que los votantes de Ferrol en Común creyeron ver en una candidatura que se definió bajo el eufemismo el activismo y de la ruptura con todo lo que tuviese relación con la derecha.
Para el simplismo más ortodoxo –que tanto impera en esta urbe– la lectura obligada oscilará entre los que piensan que se denosta una acción política en beneficio de otra y la que se resume en frases como la tan consabida de “disfruten de lo votado”. Ni una cosa ni la otra. Un gobierno constituido por siete ediles –ya sólo cinco de Ferrol en Común más dos exPSOE de Beatriz Sestayo– poco o nada puede hacer en una corporación de 25 concejales. Esta es la única realidad, pero ha sido también la “opción” decidida en su día por un alcalde que, día a día, demuestra una total falta de visión política y la persistente e inevitable incapacidad para cumplir con sus compromisos. 
Ferrol no representa ya la palpable y consistente evidencia de que la izquierda no sabe –ni quiere– estar unida, sino también que ejercer la paralización como máxima de la gestión política es posible. Y es que, casi dos años y medio después de tomar posesión el nuevo ejecutivo, no se ha producido otro cambio que no sea el de la falta de mínimos avances en todos y cada uno de los puntos programáticos defendidos en la campaña electoral por Ferrol en Común. No faltará quien eleve tal realidad a la categoría del fraude.

Marcha atrás y a toda desesperación en Ferrol

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