En el Palacio de María Pita expone Miguel Couto ( Malpica, 1971), escultor cuya obra tiene por protagonista fundamental al ser humano, aunque también hay un par de piezas sobre formas de cetáceos. Se trata de esculturas realizadas, en su mayoría, en bronce, tras el clásico desarrollo de modelado en barro y vaciado; lo que, en su caso, tiene además el valor artesanal añadido de que todo el proceso de fundición lo realiza él mismo, lo cual suele ser bastante inusual.
Miguel Couto busca contar actitudes e historias de la gente del común, esa que pasa por la calle todos los días y a la que él le realiza fotografías que luego reelabora; su obra se enmarca, por lo tanto, dentro del realismo figurativo, aunque buscando la expresividad, tanto en las posturas de los personajes como en el tratamiento matérico, huyendo de los acabados lisos, para que se sienta la impronta de la mano al modelar y aparezcan huecos y grietas que son luego resaltados por las pátinas verdosas.
Normalmente. sobre todo en las figuras de mayor tamaño, busca revelar las posturas anatómicas: la potencia de un torso que se dobla sobre si mismo, la musculatura de unas piernas que se colocan en cuclillas o de unos brazos que se tensan para abrazar las rodillas, como en las piezas que llama “Yo, conmigo”, “Hibernación” y HLP. Pero; en otros casos, busca la síntesis formal, incluso la forma esquemática, convirtiendo la figura en un volumen ondulante, como en “Pasmado”, “ La espera”, “Al sol” o “Arquitecto”, pequeñas piezas de seres humanos tumbados que pueden tener alguna reminiscencia de Henry Moore, pues lo anatómico deja paso a una sugerencia de perfiles montañosos o, incluso de geometría de puente, como en el Arquitecto. Explora, además, las formas bulto de aire ancestral o prehistórico, como en “Ilusión” o, incluso hay una pieza como “El abrazo” que tiene reminiscencias de los vasos canopes egipcios. Hay esculturas en las que prima la verticalidad y la estilización, como en “Pájaros en la cabeza” y en “Vigía” que consiste en una delgada escala de seis peldaños que sostiene en lo alto a un oteador de horizontes. Otras piezas, como “Pudor”, “Peregrina” o “Mi ego” abundan en esta capacidad suya para reflejar la vida de las gentes, poniéndoles acentos de intimidad. Coincidimos con José María Laredo Cordonié en que la suya es “una escultura auténtica y sentida, que se recrea en una personal búsqueda de las formas...”.