Demoledor resultó el alegato pormenorizado de la diputada de Podemos, Irene Montero, denunciando el centón de casos de corrupción que afectan al PP. Tan demoledor que un parlamentario por lo general irónico e ingenioso como acostumbra a ser en las réplicas Mariano Rajoy se manifestó más escaso de retranca que en otras ocasiones. Parecía irritado y a ratos pronunció un discurso precocinado; de los que se redactan antes de saber qué es lo que ha sido dicho desde la tribuna. Fue el caso de las disquisiciones acerca de la naturaleza e inoportunidad de la presentación de una moción de censura que calificó de “moción de fogueo”. Escaso estuvo en cambio de referencias concretas a los casos de corrupción. Como si no hubiera escuchado la letanía de Montero remitiendo a sumarios abiertos en los tribunales que afectan a políticos o ex dirigentes de su partido.
Y en su disculpa, el mismo mantra de siempre: son casos aislados. Los hechos cuentan menos que su relato. Según su decir, al denunciar la corrupción Podemos se inventa un trampantojo. Quiso Rajoy restar rango a la intervención de la diputada Montero pero al salir él mismo a dar la réplica pudiendo haber cedido la palabra al portavoz Hernando o la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, contradijo sus afirmaciones. Se le notaba molesto. Sin duda, la incendiaria intervención de la diputada de Podemos, había conseguido exasperarle. No debe ser la primera vez, es de suponer que ha sucedido en otros debates y con otros políticos, pero en esta ocasión no acertó a disimularlo.
Se puede entender el estado de ánimo con el que Mariano Rajoy subió a la tribuna porque la relación de casos de corrupción proyecta una imagen penosa de nuestro país. Una imagen que por desgracia contradice progresos objetivos logrados por nuestra sociedad. Desde esa perspectiva se comprende la irritación que traducían las palabras del Presidente del Gobierno al refutar el alegato de la portavoz de Podemos. Sorprende que un político tan curtido como él no hubiera previsto lo que iba a pasar. Tenía que saber que el pasado siempre vuelve.