El refrán popular “agua pasada no mueve molino” no es de aplicación a los políticos. Estos deben ser examinados sobre su pasado, en previsión de conseguir un mayor acierto en su gestión. Que el pasado no signifique nada, para quien aspire a participar en política o incluso para quien participe y esté en activo, es desconocer que el pasado del político, cuando se conoce o se descubre, puede lastrar o frustrar sus expectativas y carrera. A los políticos no se les puede aplicar el criterio legionario de que “cada uno será lo que quiera, nada importa su vida anterior”. Lo que quiera el político estará en función de sus méritos y capacidad y, sobre todo, del comportamiento y ejemplo de su vida, tanto actual como pasada. Los políticos son rehenes de su pasado, que les persigue como una sombra y que, en ocasiones, los acusa y compromete, por lo que se esfuerzan en ocultarlo. Esto obedece a que para el político el pasado, a diferencia de lo que ocurre con la herencia, no se puede renunciar ni aceptar a beneficio de inventario. Tiene que asumirlo. Por esa razón, la frase “cualquiera tiempo pasado fue mejor” tiene una doble lectura y aplicación para el político en activo, según que el recuerdo de su pasado le merezca o no su olvido.
El pasado del político, no sólo está presente para favorecerle o perjudicarle, sino que lo coloca en la situación de que “a lo hecho, pecho”. Por las anteriores razones la vida del político debe examinarse retrospectivamente para avizorar lo que se puede esperar de su actuación futura. Esto nos permite afirmar que, para el político el pasado no pasa; más bien, pesa sobre su presente y le puede afectar muy negativamente a sus proyectos y aspiraciones. La vida del político, como hombre público, debe ser clara, diáfana y trasparente. Si no tiene nada que ocultar, no tiene porqué temer a que se investigue su pasado, pues es evidente que el aval del pasado es la mejor garantía de futuro. Se nos podrá objetar que “de sabios es rectificar” pero esa observación exige una matización. La rectificación es siempre posterior al error y eso obliga a que, necesariamente, se deba comprobar, previamente, la sinceridad de dicha rectificación, a través de las obras, declaraciones y conducta anterior del que dice abdicar de sus ideas y errores pasados
A la vista de todo ello, parece de elemental prudencia que, a los políticos que aspiren a ocupar cargos de responsabilidad, se les someta a un examen lo más exhaustivo posible, para comprobar su idoneidad y su capacidad y solvencia profesional y ética para el mejor desempeño de su cargo. Con esa cautela, no sólo se logra curarse en salud, sino, y muy principalmente, cumplir el principio de que más vale prevenir que curar.