Los muertos

Los muertos rodean a los vivos” (Berger). Tantos muertos no me caben en la cabeza. Empezaron siendo 10 y acabaron siendo casi 79. Ningún silencio puede contener tanto dolor y menos las palabras, pero es lo que tenemos, silencio y palabras que nunca alcanzarán ni rozarán lo que sentimos. Muertes innecesarias cerca de casa, bocas a punto de cenar y de reír, cuerpos a punto de abrazarse, de decirse ¡Hola! El tiempo queda suspendido, en estado de excepción. Los muertos no desaparecen, se arrinconan en una esquina del alma para llamarnos de vez en cuando aunque nos parezcan lejanos. Pero ese día fueron muchos juntos y las imágenes se encargaron de cansarnos, casi de relatarnos en directo unas muertes que no se pueden hacer reales, por unos momentos convertidas en espectáculo, como si de una película se tratase. Cada cadena trataba de convertirlo casi en un reality show, solo que aquello era real de verdad, pero también hubiera sido real solo con la noticia y el relato respetuoso de los hechos. Buscaron héroes, villanos, cuerpos destrozados, culpables y ahora, después de unos días, la división de los hechos, los políticos buscando una culpabilidad que siempre es compartida. Pasó ya con el “Prestige”, los incendios del 2006 y el accidente del metro de Valencia, solo rescatado por el programa Salvados con un tratamiento digno de la noticia. El pueblo siempre es el héroe, él es el que acude, siempre está a la altura de la muerte sea de la naturaleza o de los otros, porque es la de sus semejantes. ¿Son los políticos nuestros semejantes? ¿Están a la altura de las catástrofes, del dolor? Ahora lo veremos; de momento ya hay una pelea de fechas, fuiste tú el del trazado, no que fuiste tú, yo estaba en 2006, tú en 2003. Buscamos enseguida un culpable detenido, algo más que sospechoso dicen ellos, pero nunca hay un culpable, solo una interminable carrera de especialistas sobre si es un tren de alta velocidad o no, o los sistemas de freno fallaron o no. Tememos que todo se repita en una indeferencia, en unos hechos que solo pueden solucionarse si los políticos imitan al pueblo, a los sanitarios, a los bomberos, a los policías y a la gente que acudió a donar sangre; a un discurso único que honre la memoria de los muertos, para que los que no llegaron a abrazarse, a reírse, los que estuvieron al borde de la caricia, encuentren un descanso en nuestras memorias. 

Los muertos

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