Después del decreto-ley publicado hace unos días en el BOE, bien puede decirse que las evaluaciones externas o reválidas previstas en la Lomce han pasado oficialmente a mejor vida. Se veía más que venir después del poco o nulo entusiasmo que en su defensa y utilidad puso el Gobierno mismo que alumbró la ley. Y después, por supuesto, de la infatigable campaña en su contra llevada a cabo por parte de la llamada comunidad educativa y de la oposición política y mediática.
Ya en el discurso de investidura, la desactivación de las reválidas fue la única donación por adelantado que el candidato Rajoy hizo llegar al resto de fuerzas parlamentarias. Estaba, pues, más que descontado que el Gobierno retrocedería unos pasos. Pero lo que ha de alguna manera sorprendido es que haya vuelto a la casilla de salida renunciando a establecer una verdadera cultura de la evaluación en los centros escolares.
Como ha señalado Montserrat Gomedio, directora adjunta de Educación de la OCDE y número dos que fue el ex ministro Wert, en este momento en España el sistema docente es ciego. La única vía por la que, por ejemplo, conocemos que existen diferencias enormes entre comunidades autónomas es a través de PISA, ya que no hay ningún otro estándar común con el que se pueda medir el rendimiento de los alumnos. Y resultaría muy importante –añade- que existiera uno propio.
Por otra parte, a juicio del director del semanario “Magisterio”, José María de Moya, al haber renunciado a que las pruebas de Primaria y ESO sean censales o para todos los centros se ha desistido del primordial papel de estímulo sobre colegios, profesores, alumnos y familias que tienen las evaluaciones externas y que tan buenos resultados han producido dentro y fuera de nuestro país.
A nadie se le oculta –añade– que la espectacular mejora de Portugal en resultados PISA y en reducción del abandono escolar se debe en buena parte a las evaluaciones nacionales que establecieron. Es de recordar también que en cinco de cada seis países de los que integran la OCDE hay evaluaciones similares una vez al año.
Así las cosas, lo que sorprende es que los grandes detractores de las reválidas estén encantados con esa gran evaluación que también es PISA, cuyos resultados han sido aireados con un excesivo sesgo optimista. Y choca también que quienes en todo caso aquí abogaban por unas pruebas semiclandestinas, sin rankings ni clasificaciones, anden locos para poder hacerlo buceando en el sinfín de microdatos que ofrece el estudio internacional en cuestión.
Aquí, como digo, hemos terminado con un sistema eficaz de reválidas. Y después de la ofensiva de sello político que han sufrido, muy mucho me temo que nadie se atreva ni a mentarlas en ese eventual pacto nacional por la educación por el que, ojalá, no hayamos de pagar un alto precio.