Nuestro mundo, entendido como el sistema de reglas por el que se rige nuestra vida en común, se ha tornado insoportablemente estúpido en las manos de una sociedad tremendamente inteligente, quizá solo, pretendidamente, qué más da; ensoberbecida hasta la locura por un conocimiento impropio de un ser pensante, de un animal que piensa, pero propio, afirmo, de un dios, de los dioses, nada más estúpido que ese dios y esos dioses tejidos con el burdo paño de nuestra imagen y semejanza.
Una niña a la cabeza de la protesta contra el cambio climático es de todas nuestras cotidianas estupideces, la más tierna, la que más anima, iba decir, a perdonar, pero digo, pensar, porque estamos necesitados de ese elemental ejercicio. Urge alejarnos de los polos de pensamiento basura con los que nos alimentan y pensar por cuenta propia a la vera de nuestro ser y del medio en el que se desarrolla. Ser niños en continua travesía hacia un lugar presidido por el respeto, el amor y la belleza por nosotros y por los demás, también por ese armónico ente que nos sostiene con la sola fuerza de su naturaleza.
Somos, eso es lo cierto, más malvados e indolentes que estúpidos, duele decirlo, pero así lo siento, quizá porque antes lo he pensado, tal vez porque alguien lo ha pensado y luego regurgitado sobre mí. Es difícil discernir cuando piensas o cuando has consumido pensamiento, y eso es terrible, porque lo es creer que pensamos cuando nos piensan.