Nos extraña lo que dice el ex presidente de Uruguay José Mujica y no nos asusta lo que no nos habla el fenómeno de la incomunicación, del callejón sin salida lingüístico y por lo tanto mental, de Mariano Rajoy. Nos extraña porque lo entendemos y nos reconforta que aún queden ecos de la conversación pausada y que tenga por fin el decir algo, la pelea por la claridad no con la oscuridad. Si estamos en un cuarto oscuro necesitamos luz y no más oscuridad.
Dice Mujica: “El Hombre nuevo es el hombre viejo. Es el mismo que hemos conocido pero que quiere automejorarse. Que se da cuenta de sus bajezas, de sus ruindades, y se dispone a luchar contra de ellas”. Una frase demasiado larga para nuestro presidente, que es el rey del claro-oscuro, de las ideas trombo cerebrales, de esas que parecen que saben, pero que no sabemos lo que quieren decir. Perecer que se sabe, parecer que se es presidente, parecer que se hace.
El lenguaje al servicio de lo decorativo, del todo a cien. Un ejemplo de este ictus cerebral: “No se puede ser un optimista absurdo, pero tampoco se puede tener un planteamiento triste o de cenizo porque está fuera de la realidad en este momento”.
La gran fuerza de la frase es que realmente no sabemos lo que tenemos que ser, estamos todos perdidos pero no se preocupen, yo tampoco tengo ni idea, parece decir Rajoy, el que parece que sabe. Nuestro Tiresias nos guía con pasos firmes por las tinieblas de este valle desconsolado y sus misterios. “Si interesa al conjunto de los españoles, lo haremos, pero hasta el momento presente no nos hemos planteado hacerlo (sobre el rescate).”
D. José, el de conversación pausada y perra coja, nos advierte: “Porque no veo que la gente pueda sentir la necesidad de ser mejor. La gente siente necesidad de ganar más, de comprar más, pero no la necesidad de ser mejor”. Pero escuchemos al gran oráculo, el que parece que sabe: “Nunca es bueno gastar más de lo que se tiene. Porque ese dinero que se quiere gastar y no se ingresa hay que pedirlo prestado. Si no nos lo prestan no podrá gastarse”. A estas alturas hay que dejarlo, el trombo fraseológico está a punto de producirse y ya no tengo ojos para tanta belleza. “Al pan pan y al vino vino” (El que parece que…)