AL HOYO

Había previsto que, tras cascar, donaría mi fabuloso cuerpo a la ciencia médica. Pero visto lo ocurrido en la Complutense de Madrid, la ciencia se va a comer la mierda. Hasta alquilaban en fines de semana –por entre 500 y 750 euros, según demanda– los fiambres donados a cursillos privados de profesionales de la medicina, aunque, quién sabe si podrían aterrizar en un aquelarre, despedida de soltero/a con morbo, una orgía necro-erótico-festiva o, de caer en manos de un fetichista, éste podría hacerse un colgante con un dedo del fiambre, un ojo, una oreja, o cualquier otra parte significativa de su anatomía, adecuada para lucir bonito.
Y es que cuando uno/a hace la última maleta, espera que traten con respeto su “carozo” si lo deja para que estudien y aprendan con él. Pero, con experiencias tan truculentas, y como algunos dicen que “el vivo al bollo”, he decidido que “Patiño al hoyo”. Y san se acabó.

 

AL HOYO

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