en setiembre, al comienzo del curso político, es un clásico hablar del “síndrome del otoño caliente” que este año entraña una gravedad especial por cuanto se está manifestando políticamente crispado, laboralmente incierto, sanitariamente muy angustioso y pleno de incertidumbre económica.
Son los síntomas de una crisis global. Parece que todo está fuera de control y el miedo se instala en la sociedad que tiene la sensación de que la nave se hunde cuando se asoman a los medios y encuentran datos sanitarios más que preocupantes y las peores previsiones sobre la evolución de la economía.
El Banco de España y la Fundación y las Cajas (Funcas), rigurosos en sus análisis, empeoran previsiones anteriores y prevén la caída espectacular del Producto Interior Bruto, un déficit público desbocado, la escalada de la deuda pública… Y el paro, que se situará más allá del 20 por cien. Ambos gabinetes de estudios constatan que la crisis está dejando consecuencias dramáticas en todos los sectores, muy visibles en el turismo y en el cierre de miles de empresas y negocios.
La pandemia descubrió las disfunciones del modelo sanitario y autonómico, las debilidades del sistema productivo, las carencias de la administración incapaz de gestionar los ERTE y el Ingreso Mínimo Vital y corroboró las debilidades y carencias del sistema educativo, que sigue siendo la cenicienta del país… España, dijo Hernández de Cos, “está al otro extremo de la evolución de los países de la eurozona” y las respuestas que está dando agrandan la brecha con respecto a los países de la UE.
Con este panorama desolador cabía esperar que la dirigencia –gobierno y oposición– priorizaran atajar la crisis sanitaria, económica, territorial y social convocando a un comité de expertos integrado por empresarios, economistas y técnicos de todos los sectores para elaborar un plan estratégico sobre mercado de trabajo y políticas activas de empleo, las reformas pendientes –educación, pensiones, administraciones, fiscalidad…–, qué sectores son prioritarios para invertir los fondos europeos y más proyectos para que España supere y salga reforzada de esta situación.
Pero escuchando a sus señorías en la última sesión de control, esas no son sus prioridades, están más cómodos en la bronca y descalificación buscando rentabilidades políticas a corto plazo. La misma negociación de los presupuestos es un esperpento para otorgar concesiones, en lugar de pensar en la recuperación económica del país.
Así las cosas, el síndrome del otoño deja una sociedad muy deprimida, secuestrada por dirigentes incompetentes e incapaces de estimular a empresarios e inversores y de levantar el ánimo a los españoles. Es lo que hay.