“La señora de las moscas”

Amodo de un Ralph de negro cabello y arrogante gesto, la ministra se ha apoderado de la caracola y la ha hecho sonar por novena vez, llamando a asamblea a los representantes de la Península. Quien posee la concha ostenta el poder, y ella, poderosa, lo tañe para hacernos saber quien es ahora el señor y la mosca. A debate la ley de educación, novena hija de un panteón de ilustres difuntas que fueron como ella tan necesarias y definitivas que nadie entiende que hayan podido fenecer.

La educación es la misma, la necesidad de ser atendida y respetada es tan elemental y básica que debería imponer respeto y hacer enmudecer  a la caracola, pero la ministra la hace sonar para otra jornada de gloria. La suya; ley de leyes, redentora, inclusiva, progresista y reformada, a la que apoyan sin asco lo más granado de los que entienden que educar en su voluntad, es esencial para la subsistencia de su provinciana realidad donde disponer de caracola y poder. De hecho, prestan apoyo sin apartar los ojos de la reluciente concha de su arcadia.  Es además, una ley que nos va a salvar de la bestia, ese indefinido ser de maldad que puebla los talantes de todos, pero que solo alarma en los demás.

Se trata, como en anteriores ocasiones, y como los niños en la isla, de elegir entre cazar cerdos para saciar groseros apetitos o encender hogueras para espantar falsos mitos; cualquiera sirve para la maldad de una voluntad que no forma, que solo uniforma.

“La señora de las moscas”

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