Democracias internas

Desde que Núñez Feijóo dio por deshojada la margarita y convocó elecciones entramos en tiempo de promesas y, de paso, de encuestas. Resulta increíble que, a estas alturas, todavía haya quién otorgue a los sondeos poco menos que valor de ley cuando una simple mirada hacia atrás nos permite comprobar como, según maduramos en esto de la democracia, los estudios demoscópicos se van mostrando menos certeros, hasta probar que tienen menos validez que los augurios del Rapel de turno.

Aún así, casi todas las encuestas se apuntan al carro de que las cosas van a andar muy ajustadas, tanto que apenas se modifica el equilibrio de fuerzas que hasta ahora reinaba en el Pazo do Hórreo y que dejaba a los populares al frente del país con una exigua mayoría de un escaño. Y, a lo sumo, algunas alargan esa supremacía hasta los dos parlamentarios. Con este panorama, no es extraño que los partidos se afanen en evitar la desmovilización de los suyos e insistan en el mensaje de que todavía no hay nada decidido. El PPdeG no quiere que se dé la victoria por hecha e insiste en la necesidad de movilizar a los votantes. Por su parte, socialistas y compendio nacionalista mantienen que las diferencias son tan cortas que aún se puede cambiar el resultado de las urnas. Y no les falta razón. De hecho, el resultado de las urnas se puede cambiar hasta que la Junta Electoral Central da por definitivos los escrutinios, algo que se produce varios días después de que cierren los colegios electorales.

El problema es que, por un lado, insisten en presentarse como la “solución” para Galicia y, al mismo tiempo, se empeñan en pegarse un tiro en el pie. Sólo así se entiende la ruptura en el Bloque, la formación de un frente de izquierdas que no lo fue tal o el paripé que montaron los socialistas con sus listas.

Solo ellos son capaces de reunir a las bases, realizar votaciones y, lo que es peor, dar a conocer los resultados para que luego la ejecutiva haga lo que le salga de las narices, es decir, colocar en los primeros puestos a quienes no fueron capaces de conseguir ni el apoyo de los suyos.

Algún día llegará alguien sensato al PSOE y se cargará toda esa parafernalia supuestamente democrática con la que quieren disfrazar uno de los actos más caciquiles y arbitrarios de cuantos existen en la vida orgánica de una formación: la elección del líder y la configuración de las listas.

Porque, por mucho que se empeñen en hacernos creer lo contrario, nadie se traga que los elegidos lo sean en relación a su valía y no a esos extraños equilibrios territoriales y de familias que siempre existen en los partidos. Solo así se entiende que anodinos parlamentarios en cuyo curriculum no figura ni una pregunta ni una iniciativa ni una intervención, repitan legislatura tras legislatura su presencia en las papeletas.

 

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