La moción de censura presentada por el PSOE ha evidenciado el débil, el mortecino pulso político de los partidos, que se han entregado a un guirigay errático y desconcertado como si se fuera a acabar el mundo. Diríase que la moción, más que contra Rajoy, el PSOE la hubiera presentado contra ellos.
El que menos pulso tenía era, hasta el otro día, el propio PSOE, asfixiado por el dogal de su seguidismo al PP en la cuestión catalana. Otro mundo era posible, otro país, otra política, otra manera de enfrentar la dichosa cuestión sin resignar su manejo exclusivamente en los tribunales y en sus limitaciones y torpezas, pero el Gobierno del PP, so capa del necesario agavillamiento de los partidos constitucionales, le ha tenido al borde de la estrangulación hasta que el golpe brutal de las últimas sentencias le ha dejado sin fuerzas y le ha soltado. Pero sea que le han soltado, o que él solo se ha desasido, lo cierto es que el PSOE ha visto que no sólo otro mundo era posible, sino que sólo podría sobrevivir en ese otro mundo.
Lo que ha hecho el PSOE no ha sido presentar una moción de censura de incierto recorrido, sino acordarse de que a un partido se le exige alguna suerte de iniciativa política. Y eso es lo que ha hecho, tener una iniciativa, y, cual es consustancial a la figura parlamentaria elegida, solicitar al resto de formaciones que secunden su iniciativa. Lamentablemente, ya se va viendo que los partidos no quieren saber nada de cuanto no sea arrimar el ascua a sus respectivas sardinas, pues se ve que faltaron a clase el día que se explicó qué es el diálogo, la negociación, el acuerdo y el regateo político.
Las prisas por el relevo generacional en la derecha de un Ciudadanos que se ha creído demasiado los sondeos electorales, y los retorcimientos escasamente fiables de un Podemos que no se resigna a renunciar al mismo relevo del PSOE en la izquierda, por no hablar de las maquinaciones ultrasectarias de los nacionalistas, allanan poco el camino de la moción de censura, pero el solo hecho de su presentación, que ha sido registrada como un seísmo por la indolente y sesteante clase política, introduce en el desolado cuerpo social una esperanza, la de escapar de la historia miserable de Alí Babá y los 40 ladrones.