LA TROMPA

En el rico acerbo histórico de frases célebres dichas por reyes españoles, Su Majestad don Juan Carlos dejará impronta con algunas de excepcional relieve.

No son baladí, por su peso específico, varias recogidas a voleo como: “la Reina es una gran profesional”, “¿Por qué no te callas?”, “Todos somos iguales ante la ley”, “Me di con una puerta”, “Lo siento, me equivoqué” o, la última conocida: “Me caí de la cama” (cuando nos dijeron que zoupó en una escalera). La frase, dicha a un Johnny de yanquilandia, que vino a tocarle las joyitas reales con preguntas indiscretas en su presentación (cuyas respuestas todos conocemos y callamos por decoro, o así), hablándole sobre “historietas de caderas y elefantes”.

El tipo, por muy gobernador autonómico de California que sea, no sabe cuál es la trompa de los apéndices que sobresalen del bicho.

Al contemplar en televisión la entrevista del Rey con el pollo pera yanqui, no se me saltaron las lágrimas de la risa; se me saltaron los ojos de las cuencas del despelote. Después de tanto cabreo por los recortes de los cojones, puedo asegurarles que necesitaba algo así para aplacar el revoltillo de mis humores corporales, asentar la tensión sanguínea, y regenerar la libido hasta porcentajes añorados. Sin embargo sí me faltó algo. Daría un huevo y la clara del otro, por saber qué clase de imágenes afloraron en ese momento a la cabeza real, mientras el yanqui le tocaba la trompa. Me refiero al instrumento.

 

LA TROMPA

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