Desconexión

Si hace unos pocos años nos dicen que viviríamos atados a nuestros teléfonos inteligentes, se nos haría difícil de creer. Pero la realidad es que gozamos de todo un mundo de posibilidades a golpe de click. Hoy en día, es normal ver una película en el autobús camino del trabajo, hacer una transacción financiera mientras asistimos a un partido de baloncesto, enviar un correo aprovechando que tomamos un café en un local público o comparar el precio de un producto expuesto en un comercio con los de la competencia sin movernos del escaparate. Gracias a las redes y las plataformas, todos, sin excepción, podemos hacernos oír públicamente, algo impensable en tiempos pretéritos. 
Pero tiene su reverso. Centrándonos en la facilidad de opinar, escondidos en el anonimato permitido por las páginas electrónicas de los medios de comunicación y las redes sociales, es moneda corriente el insulto y la difamación por parte de algunos individuos con una mala leche desbordada a golpe de teclado y ratón. El límite en el número de caracteres al redactar las “reflexiones” facilita el exabrupto, lejos del razonamiento, imaginación y agudeza de las greguerías de Gómez de la Serna.
Se quedaría en una montaña de mal gusto si no pasara de aquí. El problema surge cuando los que vomitan falsedades y calumnias son organizaciones tratando de influir en sociedades enteras. Son los autócratas de nuevo signo en que se disfrazan el fascismo y nazismo de otro siglo. Ejemplos recientes son la influencia en las elecciones norteamericanas o brasileñas, en el Brexit, o en el auge de la extrema derecha por doquier. Y así surgen los que reniegan de las vacunas, los que no creen la llegada a la luna y, cualquier día, una nueva biblia negará la esfera terrestre.
Otro aspecto es el comercial. El capital necesita crear nuevos mercados para seguir acumulando y encontró una mina en el Big Data. Nuestros datos financieros, opiniones, las páginas que pinchamos en la red o nuestros movimientos físicos registrados por el móvil que nos acompaña están disponibles para ser mercantilizados por quien nos controla.
Ante esta situación, procede desconectarse. Yo estoy en ello. Les confieso que es tan difícil como dejar de fumar. Pero les aseguro que una vez pasado el síndrome de abstinencia, se vive mejor. Ya no estoy en Facebook ni en Twitter, estoy en proceso de desconexión de grupos de guasap y contactos que te bombardean con multitud de ocurrencias, soeces muchas de ellas. Les recomiendo que lo intenten y disfruten de la lectura de un periódico, un libro o, incluso, de pasmar sin llevarse el móvil a la vista.
Por supuesto, no reniego de las ventajas de la digitalización, pero cuando me dé la gana. Faltaría más.
ramonveloso@ramonveloso.com

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