EN LONCHAS FINAS

Leí la anécdota hace unos días en un blog. Describía el autor una escena en una charcutería de un conocido hipermercado: a la pregunta de qué grosor preferían para las lonchas de jamón york, los clientes respondían que, mejor que finas, fuesen finísimas.

Es el fenómeno del lonchafinismo. Sacar nueve de donde había seis. Intentar engañar a la vista y al estómago. Pretender normalidad, aunque haga tiempo que nada es como era. Porque para sobrevivir hay que adaptarse y mejor si somos capaces de hacerlo manteniendo la sonrisa. Sin permitir que el gris que lo cubre todo desde que la crisis llegó para quedarse nos salpique también a nosotros.

Antes al súper se iba con una lista de la compra. Ahora se va con la calculadora. Un solo billete y alguna moneda en el bolsillo; es todo lo que hay. Buscamos la mejor combinación para llevarnos a casa lo máximo que podamos.

Si dejamos el champú podemos meter en la cesta una cuña de queso y unos yogures. Y si cambiamos los plátanos por manzanas tenemos más piezas de fruta por el mismo precio. Somos ingenieros en economía doméstica. Como lo fueron nuestras madres y nuestras abuelas. No hemos pasado una guerra, ni la miseria que vino después, pero si se trata de atrincherarse aprendemos rápido.

Llegamos al trabajo con la agenda y el tupper. Hasta nos divertimos inventando que seguimos una corriente de defensores de la comida sana –que tampoco estaría de más, por otra parte–. Podemos hacer que se convierta en tendencia y que cualquier revista le dedique un reportaje.

Que los que se escapen de la oficina al restaurante más cercano se sientan desfasados. Pobres, no se enteran de lo que está moda. Seguro que también salen a cenar los viernes por la noche; no saben que lo último es reunir a los amigos en casa.

Nos olvidamos del cine una vez a la semana y lo colocamos en la categoría de actividades ocasionales, que la tele es un gran invento y malo será que en treinta canales no encontremos algo que nos entretenga. Y además, tenemos una estantería llena de los tiempos en los que visitábamos las librerías con más posibilidades que la de solo ojear y volver a casa con las manos en los bolsillos.

Los lonchafinistas somos legión. Nos sabemos afortunados de poder resistir con lo que tenemos, que no es poco comparado con la nada de otros que viven en la puerta de al lado. Los nuevos pobres, los llaman. Ayer tenían un sueldo y, muchos, una hipoteca. Hoy viven de la ayuda. De su familia, en el mejor de los casos; de instituciones benéficas, cada vez más. Ojalá todo fuese tan fácil como pedirle al charcutero que afine el pulso.

EN LONCHAS FINAS

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