El artista Carlos Santos, nacido en Colombia (Riosucio de Chocó, 1962) y formado en la Escuela de Bellas Artes de Cartagena de Indias, trae a la galería Arte Imagen sus últimas creaciones, a las que ha puesto el título genérico de Entropía. Su andadura plástica se remonta al año 85, en la Cartagena colombiana y, a partir de ahí, su espíritu viajero le ha llevado por Ecuador, Alemania, Suiza y otros lugares, hasta recalar en A Coruña, donde ha realizado, desde 2010, unas veinte exposiciones, casi todas en locales alternativos.
Espíritu curioso y hábil dibujante, se ha dedicado a recoger en apuntes la vida de los lugares por donde ha transitado y, en nuestra ciudad, se le ha visto por los más diversos sitios; le motiva el palpitar de la urbe, la variedad de los tipos humanos y la singularidad comunicativa que se establece en los locales de encuentro; por eso ha pintado muchos bares llenos de colorido y efervescencia y, concretamente, muchos de nuestra ciudad, como el Dublín o el Penique, donde el color se funde, sinestésicamente, con los sabores y los olores.
En una reseña del año 95 de “El Periódico de Cartagena de Indias” se menciona así su quehacer: “La ciudad aparece registrada en una especie de tensión. La tensión que le proporcionan los seres que la pueblan”. Pues bien, en su muestra actual, la ciudad ha desaparecido, pero queda la tensión y quedan los seres humanos en su esfuerzo, en su lucha titánica contra la entropía, es decir, contra el desorden y la muerte que esta ley establece en todo sistema cerrado. Si antes pintaba seres con rostro, ahora de lo que trata, en un salto metafísico, es de la humanidad total, de su epopeya por sobrevivir, por ser, por continuar y por alzarse sobre sus propias limitaciones.
De ahí que importen menos los rostros (todos tienen una misma cabeza de forma de semilla) y más la acción; por eso pinta seres desnudos, en grupos, fundiéndose en el esfuerzo; y de ahí también el gran número de maternidades que hay en la muestra, pues la maternidad es la mejor medicina contra la entropía, el ejemplo más extraordinario de la regeneración de la humanidad. El colorido vibrante y el espacio lleno y ruidoso de su obra anterior también ha desaparecido, queda el espacio neutro, sin horizonte, convertido a lo más en atalaya a la que ascender y quedan los broncíneos tonos de la carne, las atléticas posturas de los cuerpos que se enlazan y se contorsionan para contribuir al esfuerzo colectivo; sin ese esfuerzo la humanidad como tal tendría los días contados. Obra, pues, para la reflexión, obra desnuda, como desnudos están los cuerpos representados que hablan de pathos y de laocontiano pelear.