HAY QUE DISFRUTAR, NENIÑA

Llevamos a la playa la toalla y las preocupaciones. Contamos olas y minutos libres antes de volver a las obligaciones. Nos echamos el protector solar sobre la angustia. Por ese proyecto que no nos deja dormir desde hace unos días, por el lunar que nos hemos encontrado en el brazo, por el familiar que ya no sabe dónde buscar trabajo, por los vecinos que no nos saludan en la escalera. Por lo que pueda pasar. Tenemos las alarmas encendidas desde hace tanto tiempo que nuestro estado natural es de una alerta inconsciente, la mandíbula prieta y los músculos tensos.
Envueltos en nuestras pequeñas desgracias cotidianas, miramos sin ver lo que nos rodea. Nos empeñamos en teñirlo todo de gris, aunque la mañana sea luminosa. Entonces descubrimos el revuelo en la orilla. Sabemos lo que pasa antes de que se confirme. Nos lo dice el estómago encogido. El corrillo de curiosos, los brazos que suben y bajan sobre el cuerpo inmóvil, la sábana preparada. Empieza el murmullo. Las suposiciones. Apenas frases entrecortadas. Primero en voz baja, que va subiendo a medida que se aleja del grupo. Ataque al corazón. No es del barrio. Dicen que ya estaba enferma. Al menos es una muerte dulce, en la playa. Y la misma sentencia, invariablemente: “Hay que disfrutar, neniña”.
La corriente va recorriendo el arenal. Cabeceos que reafirman la idea de que no estamos aquí para sufrir. Cuanto más se repite en voz alta, más creíble resulta. Nos convencemos a la vez que convencemos a los que tenemos cerca. Que el tiempo está para aprovecharlo. Tumbados al sol, si es lo que nos gusta. Felices como los niños que juegan ajenos a la tragedia que hay a solo unos metros. Sin dejar que pasen las oportunidades de tener un rato de satisfacción.
En un arranque de energía empezamos a hacer planes en nuestra cabeza. Primero pensamos en mimarnos, porque nos lo merecemos. Un regalo en forma de cena fuera de casa, de tarde en una terraza delante de un vaso frío, de teléfono desconectado y tiempo para nosotros.
Nos vuelven de pronto las ganas de apuntarnos a ese curso que nos apetecía, de hacer ese viaje que hemos vivido un sinfín de veces en nuestra imaginación, de llamar a ese amigo perdido.
Recogemos la toalla echando un último vistazo a la sábana blanca sobre la arena. Enfilamos el camino de vuelta llenos de vitalidad. Sabemos que antes de llegar a casa se nos habrá olvidado cuánto queremos disfrutar de la vida.

HAY QUE DISFRUTAR, NENIÑA

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