Es la nueva palabra mágica del Partido Popular: humildad. Como si la arrogancia hubiera sido precisamente la impronta de sus gobiernos y como si no hubiesen sido ya suficientemente pazguatos. “Pensamos con humildad –repiten– que somos la mejor alternativa para defender la centralidad en España”. También Cristina Cifuentes promete gobernar con humildad en Madrid. Parece una consigna general.
Lo de tanta humildad me trae, sin embargo, a la cabeza aquello que de las encinas de mis paisajes castellanos ensalzaba su poeta cantor por excelencia, Antonio Machado: “Humildad y fortaleza”. Dos espíritus complementarios. El primero le sobra al PP. Pero el segundo es el que en buena medida le falta –creo– a este Partido Popular con ansias de reconversión: vigor, capacidad de resistencia, menos calculismos
Lo del “tenemos que explicarnos más y mejor” parece haber pasado a un segundo plano. Entre otras razones porque hay cosas de difícil o imposible explicación, como esos cambios en el Gobierno que llegan cativos y con la pólvora más que mojada. O las eventuales restituciones de dineros y días libres a los funcionarios, convertidas en un caos de filtraciones y desmentidos que no han servido sino para desgastar más al Gobierno y a su presidente.
Dicen que quieren recuperar electorado perdido. Cumpliendo recomendaciones de la superioridad, cada cual a su nivel se ha puesto también a proveer un llamado “giro social”. Esto es, a poner en marcha una serie de medidas como bajadas –dentro de lo que se puede– de impuestos, ayudas escolares, ampliación de exenciones en el copago sanitario y otras. Nunca es tarde, en efecto, si la dicha es buena. Pero da la impresión de que tarde llegan y que huelen demasiado a electoralismo.
Hay también quien quiere pescar en los caladeros de lo políticamente correcto, aunque no parezcan los más interesantes para el electorado propio que el 24-M no fue a votar. Me refiero al presidente Feijóo y a su iniciativa de articular en colaboración con los bancos un sistema de alquileres sociales que eviten el desalojo o desahucios de afectados por una ejecución hipotecaria.
Lo digo porque se trata de un problema a la baja. Al menos en Galicia. Eso, por una parte. Y por otra, porque desde hace algún tiempo los propios Bancos ofrecen soluciones para reestructurar la deuda y evitar en buena medida los lanzamientos de familias en situación de especial vulnerabilidad.
Tal vez con cierta suficiencia, el presidente del Popular, Ángel Ron, dejaba hace unos días, aquí en A Coruña, el recado de que a los Bancos no les hacía falta ningún mensaje político para frenar los desahucios. No les hará falta. Pero, con todo, tampoco está mal que alguien de vez en cuando se lo recuerde.