La afición caballeresca por el reloj

Los angelitos tocan la lira; suena un “ommm” permanentemente; no dejan de brotar florecillas... Casa Caballero es el paraíso, el nirvana, la California de los jipis. ¡Qué paz! El todopoderoso Caballero, don Abel, y su sobrinísimo  Gonzalo vuelven a amarse. Después de años y años en los que entre ambos se cruzaron menos palabras que cada uno con su respectiva suegra, ya son amigüitos de nuevo, se abrazan en público, se sonríen el uno al otro y se lanzan piropos –¡ojito con el heteropatriarcado machista!–, incluso el alcalde de Vigo da consejos a su sobrino y le aconseja que coloque un reloj en la sede de la franquicia enxebre de los socialistas que marque la cuenta atrás para su llegada la Presidencia de la Xunta... A lo mejor le puede vender de segunda mano el que instalará en la Porta do Sol para reflejar el tiempo que falta hasta el encendido de las luces navideñas, porque comprar un nuevo cuando las enquisas dicen que de botar a Feijóo por ahora nada de nada, es tirar os cartos.

La afición caballeresca por el reloj

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