Lo que está sucediendo con los C.V. de muchos políticos es consecuencia del bajo perfil que hoy se les exige a los afiliados a los partidos para nombrarles cargos públicos. Los méritos de algunos se circunscriben a su presencia en las sedes de sus formaciones. Da la impresión que para quitárselos de encima los sientan en escaños municipales, provinciales o autonómicos e incluso nacionales de tal suerte que mientras los ocupan dejan de ir por la sede.
Hagamos una reflexión sin acritud. Los políticos que hicieron la transición eran personas que procedían del ámbito privado y que ejercían con éxito sus profesiones, de tal manera que su presencia daba prestigio a los cargos que ocupaban. Gentes de izquierdas, de centro y de derechas que sí tenían un C.V. cierto e indiscutible y que ponían su talento al servicio de la ciudadanía renunciando a remuneraciones profesionales por encima de las que obtuvieron como consecuencia del ejercicio de sus responsabilidades públicas. Quizá esto explica que tras los servicios prestados volvieran a su actividad privada. No hay más que mirar a los padres de la Constitución o a los primeros gobiernos de Suarez, Calvo Sotelo o Felipe González.
Pero una vez superada la transición y con la democracia consolidada los buenos se fueron y los que siguieron fueron recibiendo cargos no tanto por su excelencia profesional y personal sino por su pertenencia al aparato de los partidos y su participación en camarillas de correligionarios más preocupados por colocarse en poltronas que por prestar servicios a la comunidad. Esta situación se fue deteriorando hasta llegar hau al esperpento que supera a Valle-Inclán. Importantísimos cargos públicos que tienen que inventarse un C.V., diputados encausados por agresiones a las fuerzas de seguridad, otros imputados por abusos a menores, alguna diputada pandillera que rompe retrovisores de los coches y algún artista que con el acta en su poder decide irse a vivir al extranjero sin renunciar a su sueldo oficial.
Añadámosle a la lista a los que han llegado a la política para forrarse, pues todos estos son los que desde su mediocridad se atreven a poner en duda la bondad de la transición, los que esparcen el rencor como forma de entender la política. Los que no habían ni nacido cuando Suárez dijo aquello de que en “España la concordia era posible”. Naturalmente estos mediocres que desestabilizan y desmoralizan a la sociedad prefieren revolverse en el barro de la corrupción y de las mentiras que hacer política de alto nivel y es lógico, porque en el barro dan la talla, pero en el alto nivel no se encuentran bien porque se ven superados por sus limitaciones.
Que hay políticos brillantes no lo dudo, pero me preocupa que sean la excepción. En este desaguisado tienen mucha responsabilidad, los partidos que con una enorme irresponsabilidad sortean cargos y prebendas a aquellos que no reúnen méritos ni para presidentes de su comunidad de vecinos. La regeneración que demandamos los ciudadanos pasa por la calidad humana y personal de todos y cada uno de los hombres y mujeres que aparecen en las listas electorales de cualquier ámbito. Mientras esto no se cuide estamos condenados a la mediocridad, el cáncer de nuestra democracia.