Obras y prisas

La costumbre de los políticos de no hacer nada y dejarlo todo para el final, sobre todo lo concerniente a las obras, lleva a las prisas. Ambas cosas unidas no son buenas consejeras, debido a que tiempo para hacerlas hubo y al final quedan como soberanas chapuzas. Se registra un derroche económico que no cumple ninguna función práctica, solo se acaba con la paciencia ciudadana y se provoca el enfado de los vecinos que tienen que soportar las prisas para hacer unas obras que se podían haber hecho con tiempo y en mejores condiciones de acabado, es decir, a gusto de todos y sin incordios.

El caso es que la política no piensa en los problemas ciudadanos, sino en los posibles rendimientos en votos y es una gran equivocación, que provoca el enfado de la ciudadanía, cuyo malestar tiene su origen en que no se haya realizado nada con anterioridad, habiendo tiempo y forma de ejecutarlo. Es como el estudiante que deja todo para última hora y no toca tocado un libro en todo el curso. Lógico que suspenda el examen. Lo mismo acontece con los políticos que dejan todo para el final; suspenden en las urnas. La Marea se mantuvo inactiva durante los cuatro años que permaneció en el palacio de María Pita, con la anuencia socialista. Las obras que se dejaron para el final tienen todos los visos de ser auténticas chapuzas, aunque los ediles mareantes no lo quieran ver o lo disfracen a su modo, como tienen por costumbre hacer.

La rampa de Juan Flórez, en su conexión con Federico Tapia, es una de ellas por su excesivo volumen. Además, el muro se ha hecho a escasa distancia de las viviendas estrechando la calzada y poniendo en riesgo la circulación de los vehículos más pesados y del resto de los usuarios de la vía. El carril bici se convierte en otra gran chapuza. No gusta ni a propios ni a extraños, se estrecha la calzada en ambos márgenes con el riesgo de colisiones. Además los servicios de emergencia carecen de accesos a las edificaciones y se complica su atención a los usuarios que precisan de ellos en un momento dado, por impedimento de los obstáculos viales de dicho carril.

A esto hay que añadir la eliminación de más de 200 plazas de aparcamiento en superficie, lo que agudiza el problema para estacionar en la zona limítrofe y a su vez las que se vayan eliminando, a medida que el carril bici avance hacía el final de su recorrido. Más de lo mismo, es el aumento desmedido de las aceras, que conlleva problemas de maniobras a los vehículos pesados y autobuses, que se ven obligados a interrumpir el tráfico por problemas de espacio al haber achicado la calzada y aumentando la acera que no le necesitaba hacer tal medida. Sirva como ejemplo el camión que volcó en el Birloque, hace unas semanas y los problemas de los autobuses de línea en Juana de Vega, al tener que maniobrar, debido a que no pueden girar por la estrechez de la calzada y la entrada al garaje.

Como es posible llegar a estos extremos, sin que antes se haga un estudio de viabilidad para saber si conviene o no llevar a efecto tales medidas. Las obras se hacen con prisa y a última hora, se precisan soluciones reales y pensando en quién las paga, que es el contribuyente.

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