Olvido, no dimitas

La noticia de la concejal de Los Yébenes es de esas que se cuela entre los augurios económicos y las desgracias desgarradoras hasta llegar a ser el tema del día. Se comenta junto a la máquina del café en la oficina, mientras se come en familia o a la puerta del colegio de los niños. Con sonrisillas maliciosas o tono de (fingida) turbación. Y mientras celebra con sonoras carcajadas los chascarrillos alusivos, más de uno traga saliva y hace memoria de sus propias imprudencias.

En la era del exhibicionismo, con internet dividido entre voyeurs legitimados ávidos de material y buscadores de protagonismo que no se resisten a picar el anzuelo del escaparte virtual, los archivos personales saltan de una red social a otra. La renuncia voluntaria a la privacidad cuando aceptamos que un grupo de desconocidos gestione datos, fotos y mensajes nos hace perder cierta perspectiva sobre el derecho a mantener lo privado lejos de las miradas ajenas. Pero hay documentos concebidos para uno mismo o para compartir con algún elegido que nunca deberían salir a la luz. Ni ser motivo de escarnio.

Una mujer ha grabado un vídeo erótico para su marido. Nadie se rasgue las vestiduras, que hace mucho que superamos la mojigatería de escandalizarnos por ver piel más arriba de la rodilla y asumimos que todos tenemos instintos. Y no hay normas de sociedad sobre los gustos de cada cual en la intimidad. Ya nos enseñó esa lección cierto director de periódico que supo llevar sus imágenes en corsé rojo con tal naturalidad que no pasaron de anécdota. Ni avergonzado, ni, desde luego, dimitido. Las actividades dentro del dormitorio poco tienen que ver con la capacidad de uno para desarrollar su trabajo.

Lo tienen claro los que le han pedido a Olvido Hormigos que no dimita. No es culpable, sino víctima. De un compañero malicioso con nulo respeto por lo particular o de un rival político con pocos escrúpulos. Saber que el vídeo ha circulado por los teléfonos móviles de todo el pueblo y ahora es accesible a cualquiera con conexión a la red es castigo más que suficiente por el pecado de no tomar precauciones al enviarlo al que era su genuino destinatario. Su error no compromete su labor profesional. Y puestos al chiste fácil, si alguien debe dejar su puesto por tocarse íntimamente en su hogar, mucho más por rascarse la barriga (o un poco más abajo) a dos manos en un despacho.

Olvido, no dimitas

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