Exprimir a tu media naranja

Esto de los timos es algo tan viejo como la humedad. Seguramente ya en los tiempos en los que pintábamos bisontes por las paredes de las cuevas habría más de uno que querría darle a otro, bastante más incauto, mamut por liebre. Por eso resulta inconcebible que todavía haya quien, después de haber visto unas cien veces a Tony Leblanc o a Lina Morgan interpretar magistralmente el timo de la estampita, siga cayendo en una de las estafas más típicas. Pero, aunque pueda parecer alucinante, sigue pasando. En enero, en Fisterra y en marzo, en Marín, por decir dos de los que se han conocido recientemente y que están a unos pocos kilómetros a la redonda. 
Pero los timos, al igual que los tiempos, también adelantan que es una barbaridad. Ahora está muy de moda –o al menos salen mucho en los papeles– lo que se conoce como el timo del amor. El modus operandi es muy sencillo: hombre guapo y maravilloso dispuesto a mantener una tórrida relación busca pardilla para decirle que es la mujer de su vida y, de paso, robarle los ahorros además del corazón y lo que surja. Quien crea que no es para tanto, puede ponerse en contacto con la web de Romance Scam –así llaman los yankis a este fenómeno–, una asociación de damnificados que va ya por más de 55.000 miembros.  
Es verdad que los Landrú han existido de toda la vida pero las redes sociales y las aplicaciones para ligar les permiten llegar mucho más fácilmente hasta sus víctimas. Una de las últimas, una coruñesa que perdió 21.000 euros en lo que ella consideraba una inversión amorosa y acabó siendo un descubierto, en el más amplio sentido de la palabra. Pero ella es solo una más porque hay un montón de casos, como el de la veintena de mujeres que dicen haber sido estafadas por Albert Cavallé y cuyos juicios aún están pendientes. 
Una de las principales diferencias del timo del amor con otros engaños es que en la estampita o el tocomocho el primo intenta aprovecharse de alguien desvalido con lo que, aunque para la justicia haya sido estafado, lo cierto es que en el fondo moralmente se lo merecía. Sin embargo, en este otro caso, los engañados caen víctimas de su propia debilidad: las ganas y la necesidad de encontrar a alguien que les quiera y que se aprovecha de su flaqueza para que no le falte de nada y, como los parásitos, vivir a costa del huésped hasta que no queda nada para buscar rápidamente otra víctima a la que fagocitar. 
Habrá quien diga que hace falta ser torpe para ingresarle dinero a alguien que, en algunos casos, ni siquiera has visto en persona pero hay ocasiones en las que la soledad y el ansia de encontrar alguien con quien compartir la vida se imponen al sentido común. En otros, la buena voluntad y el drama que alega el timador hacen que sea muy difícil no caer en el peor delito de chantaje, aunque este no esté tipificado en el Código Penal: el chantaje emocional. El error de estas mujeres –y algunos hombres– fue buscar a su media naranja. Lo que no sabían era que pretendían exprimirlas. 

Exprimir a tu media naranja

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