El televoto

El televoto que tumbó la canción de Eurovisión de la representante española, Bárbara Reyzabal González-Aller, Barei, es como aquel que tumbó a Chenoa impidiéndole participar como solista, ya que participó pero dentro del coro que acompañó a Rosa, cumpliéndose así el engañoso lema de los demócratas “un hombre, un voto”, puesto que a todo lo que se le puede achacar en cuanto a las desigualdades que arroja porque no vale igual en un sitio que en otro, encima se le puede extrapolar lo que aconteció en aquella Operación Triunfo:  que cantando no sé quién, llegada la hora de votar el alcalde de su pueblo dispuso de teléfonos gratuitos animando a todos los parroquianos a llamar y votar a su paisano, quien arrasó, claro, quedando los demás a velas vir por falta de alcalde ocurrente y rumboso.
Juzguen ustedes mismos en cuanto a que si se trata de que la más votada sea la que implica mayor calidad o simplemente que es la preferida del pueblo; el que haya votado, por supuesto.
Pues la misma regla de tres es aplicable al principio de “un hombre, un voto” que, para empezar, puede no ser libre sino inducido; lerdo, en lugar de instruido; ebrio y fumado hasta las trancas en lugar de sobrio y razonado. Por tanto, el mismo valor y carácter  tendrá que aquellas llamadas-votos de Operación Triunfo o Eurovisión, que en lugar de salir Chenoa no salió Cañita Brava porque no se presentaba.
Es verdad que, respecto de las elecciones, la demoscopia investiga y evalúa por  grupos de edad, formación, nivel de estudios,..; pero como tener o no tener estudios no es sinónimo de tener o no tener sentidiño y cabeza amueblada, falta en esa analítica incluir la variable de “grado de inteligencia” o algo similar, para saber con rigor si el voto mayoritario obedece a imbéciles o no.
En las pasadas elecciones municipales, mientras depositaba mi concienzudo voto, a mi lado un botarate bebido depositó el suyo afirmando ufano que votaba a X porque “era la única que tenía un polvo”. Tener conocimiento y certeza de nuestro comportamiento electoral pueril es lo que puede explicar que siga habiendo jetas que se sientan legitimados moralmente para seguir en la cosa pública: hace unos días le decía Esperanza Aguirre a Bertín Osborne en su programa televisivo, que “volvía a la política por miedo a Podemos”. Ni sospecha que precisamente su anunciada vuelta a la política sea lo que favorezca que huya despavorido el voto hacia Podemos.
Otra: Margarita Robles, subsecretaria de Justicia con Alberto Belloch; en el transcurso de su intervención en “El Objetivo”, de Ana Pastor, emitido desde Sol el 15-M, a propósito del PSOE se expresaba así: “Vamos a ganar porque somos el partido de la decencia, porque lo hacemos muy bien, porque somos izquierda. Pedro Sánchez tiene que ser presidente de Gobierno. Pedro Sánchez va a gobernar”. 
Repescada por Pedro Sánchez para darle prestigio al equipo, la siempre incisiva Ana Pastor, tantas veces pasada de rosa y de frenada, ni le invitó una sola vez a concretar algo.
¿Qué ha ganado la ciudadanía con esta democracia, blindada por la injusta Ley D´Hont tal como está configurado el actual mapa de circunscripciones electorales, que permite entre otros desvíos, que “un hombre, un voto” se transforme en una urna medio llena de votos  con Vodka, por fotogenia o emitidos desde el íntimo arco de triunfo? Pues ganamos que la subsistencia de la España de las autonomías requiera constantes subidas de impuestos para mantener colocados a amiguetes y partidarios. Ganamos soportar una desigualdad brutal por servicios y festividades, generando un caos con un coste económico sin precedentes. O por impuestos, porque mientras en Madrid el Impuesto de Sucesiones es cero, aquí… es lo que haga falta.
Ganamos que hablen de creación de empleo quienes lo han destruido dictando leyes que propiciaron lo que hoy padecemos: miseria, pillaje, hambre. Ganamos que, mientras los que pagamos impuestos somos víctimas de la inseguridad, delincuencia y vandalismo, quienes los evaden viven hiperprotegidos con escoltas y alarmas que pagan con lo sustraído a nosotros mismos.
Dicen los políticos y sus adláteres “estamos en el buen camino” y no mienten: lo están. Y para que les siga corriendo la manteca sin oposición, necesitan rebajar a los imberbes 16 años la edad para poder ser elector, ¡cómo no! En domingo, desde la cama, con la resaca de haber pasado una noche de botellón y gracias, por supuesto, a las facilidades del televoto porque si no…
 

El televoto

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