M añana a estas horas o, con un poco de suerte, esta madrugada, sabremos quién es la persona que se sentará en despacho oval más famoso del mundo. Será quien rija el destino de la nación a la que, indefectiblemente, se dirigen los extraterrestres cada vez que posan el platillo en un descampado y le dicen al primer paisano con el que se topan: “Llévame ante tu líder”. Personalmente, me gustaría que los hombrecillos verdes fueran recibidos por una rubia y no por un rubio.
La carrera hacia la Casa Blanca está bastante apretada. Las encuestas más optimistas ayer no daban mucho más de un 2% de ventaja a Hillary Clinton sobre Donald Trump, así que puede pasar cualquier cosa. Y la sola posibilidad de que un hombre de semejante comportamiento y expresiones pueda ser el próximo presidente de Estados Unidos es algo que, al menos al resto del planeta, resulta francamente perturbadora. En una encuesta realizada estos días, si los españoles tuvieran voto –y no estuvieran agotados de ir de urna en urna–, la candidata demócrata lograría el apoyo del 76% del electorado, lo que supone el de muchos votantes del PP, mientras que solo elegirían al republicano el 3%.
Pero quienes tienen que decidir son los estadounidenses, un pueblo tan grande y tan diverso como difícil de entender –y muchas veces de aceptar– desde Europa. Cuesta asumir que el descontento, la crisis y la falta de expectativas de mejorar hayan llevado a Trump hasta el umbral de la Casablanca, aunque no es el único ejemplo de “político no profesional que dice lo que la gente quiere oír” que ha llegado lejos. Desde Jesús Gil hasta Le Pen, pasando por radicalismos de derechas o de izquierdas, son ejemplos sobrados de lo que somos capaces de hacer los europeos, por mucho que hablemos desde nuestra superioridad del Viejo Continente. Corría estos días por las redes sociales una publicación que decía: “Adelante, americanos, votad por el tipo que grita, odia a las minorías, no respeta la democracia, amenaza a sus rivales con la cárcel y afirma que lo arreglará todo. ¿Qué podría salir mal? Firmado: el pueblo alemán”.
Lo cierto es que ninguno de los dos candidatos enamora. A él, parece bastante evidente que, incluso los que le votan, no le llevarían a la cena de Acción de Gracias con sus familias. Sobre todo, si tienen hijas de buen ver. De ella, se ha dicho de todo. Que es fría, que es ambiciosa, que pertenece al sistema, que es política profesional... Todas cualidades fantásticas en un hombre pero terribles en una mujer. Bueno, y que no maneja bien el correo electrónico. A cambio, posee una hoja de servicios brillante y una preparación que pocos presidentes han tenido. ¿Eran mejores Reagan, Carter, Bush –padre o hijo, monta tanto– o el Clinton del que toma el apellido? Cuando alguien se opone a las cuotas femeninas, debería ver que la razón es esta: sin ellas, las mujeres deben hacer las cosas unas cien veces mejor para poder llegar al mismo punto. Si Hillary Clinton se convierte en la primera presidenta de los Estados Unidos no será por su innegable preparación, tesón y constancia, sino porque se haya enfrentado a uno de los candidatos más vergonzantes de la primera democracia del mundo.