En el principio fue el agua” afirmó Tales. De esa desnuda exactitud intelectual gozaba Julio Anguita, dispuesto siempre a simplificar para encarar la complejidad de los procesos sociales, productivos y de distribución, tomando como referencia el asequible marco de los derechos del hombre y los que exige la conservación del planeta. Ser, en definitiva, de la medida de las necesidades vitales y no de las meramente teóricas, porque el hombre es, ante todo, necesidad, y es en ese ámbito en el que los políticos que aspiran a gobernar deben ser conscientes, consecuentes y capaces de actuar.
Las corrientes ideológicas, filosofías, teologías y económicas han de ser la guía, pero no dogma. Un gobernante justo solo ha de consentir aquel que sea capaz de elevar a la categoría de intocable al hombre frente a la divinidad y más aún ante al hombre; esa era su concepción de la política, la de servir a una causa que es siempre el hombre y sus inalienables derechos.
Lo recuerdo elegante, afable, conversador, próximo y coherente, pero especialmente lúcido, reflexivo y sereno, tanto que me recordaba a estos versos de Yeats, “Como una libélula en el río, su mente se mueve en el silencio”.
Se ha ido a ese lugar de permanencia que no es ausencia sino presencia, la de su magnífico ejemplo, un maestro y con él, como con tantos otros, se cierra una escuela de pensamiento, que podía no ser perfecto, pero sí noble y honesto.