El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, que se ofrece desde Bruselas como gran timonel de Cataluña a cambio de que le voten el 21-D, acusa al Gobierno de apropiarse del tesoro de Sijena a modo de “botín de guerra”. Es su particular bufido verbal, entre otros muchos de sus hermanos en la fe. En sus discursos el mero cumplimiento de una sentencia judicial pasa a ser un “expolio”. Pero no para ahí la cosa.
La justa reivindicación de un pueblo de Huesca (Villanueva de Sijena) es una prueba de la prepotencia del Estado. Y el hecho de que la Generalitat haya tenido que devolver las 41 obras del litigio al monasterio de Sijena, de donde nunca debieron salir, es en realidad un efecto perverso del 155 (intervención temporal de las competencias de la Generalitat).
El nacionalismo ha aprovechado el episodio como una excelente oportunidad de refocilarse en el victimismo. Y así lo ha colado en la campaña electoral del 21-D. De nuevo los independentistas inventan un agravio como excusa de vírgenes ofendidas. Del mismo modo que se inventan los mil heridos en las cargas del 1 de octubre, los no sé cuántos millones de votos en un referéndum cocinado exclusivamente por ellos. La soñada sed de sangre del Gobierno si persistía el desafío separatista (Marta Rovira dixit), el fascismo camuflado entre los defensores del 155 o el relato de un Estado represor que encarcela a los disidentes.
Nada nuevo en el nacionalismo clásico que, según Stefan Zweig, “envenena la flor de nuestra cultura europea”. El victimismo (no nos quieren, nos roban, nos reprimen) es uno de los tres resortes de su actuación política. Los otros dos también están claros. Uno, estigmatización del adversario: una España paleta, inculta, intolerante, artrasada, poco de fiar). Otro, supremacismo: somos los mejores, especie a proteger, meamos colonia.
Ahora van enganchados a las oleadas deformadoras de la opinión pública que inundan las redes sociales y, en general, el mundo de internet. Los “bots” (programas informáticos que repiten un mensaje hasta viralizarlo) y las “fake news” (noticias falsas) se han convertido en valiosas herramientas para crear artificialmente climas de opinión favorables a los intereses de los partidarios de la segregación de Cataluña.
Y así es como, a base de repetir de viva voz la mentira que repiten unas máquinas debidamente programadas, al más puro estilo goebelsiano (aquel ministro de la propaganda nazi que el diablo se llevó hace mucho tiempo), consiguen hacer verosímiles sus denuncias, sus temores, sus deseos y creerse sus propias mentiras.
Ahora están entretenidos con el expolio del tesoro de Sijena, los presos “políticos” y, ojo, con el “pucherazo” que Moncloa prepara para el 21-D para reprimir la incontenible sed de independencia de todos los catalanes.
¿De todos? Anda ya.