Un buen amigo, madrileño y centralista, de visión esquemática, considera que España la forman dos pueblos principales: atlánticos y mediterráneos, acompañados de otros dos secundarios, girando alrededor de los primeros: mesetarios y folclóricos, que es como designa a los castellanos y los andaluces.
Como atlánticos ejemplifica a los gallegos, personas de ideas abiertas y amplios horizontes, como el limpio mar que baña su tierra, gente viajera y emigrante, vecinos de bretones e irlandeses. Los contrapone a los mediterráneos, poniendo de ejemplo a los catalanes, personas de mentes cerradas, como el mar contaminado que les rodea, mercaderes y gente comerciante, vecinos de levantinos, fenicios y cartagineses.
Refiriéndonos a Europa, otra disyuntiva a contemplar es la diferenciación entre países nórdicos y mediterráneos. Acabo de llegar de un viaje por tres naciones que son un paradigma de países nórdicos: Suecia, Noruega y Dinamarca. No son grandes potencias militares o económicas, pero son naciones de reconocido prestigio internacional.
Las tres naciones forman un triángulo alrededor del Skagerrak, el estrecho que une el Atlántico norte con el mar Báltico, unas aguas que atravesé navegando hace cincuenta años y que esta vez crucé en avión. Se trata de países de tamaño medio, de población concentrada en pocas ciudades y áreas metropolitanas, normalmente situadas en zonas costeras.
Desde el punto de vista histórico y político se caracterizan por su estabilidad institucional, sus respetados regímenes monárquicos y sus gobiernos democráticos. Mantienen con la no siempre apreciada Comunidad Europea una relación a la carta, matizada por unos referéndums donde los ciudadanos siempre tienen mucho que opinar.
Siempre fue para mí una satisfacción viajar a la vieja Europa, de horarios civilizados y buenas costumbres, con unas virtudes de las que carece España, caso del civismo y el patriotismo. Un sentido cívico que se manifiesta manteniendo limpios los lugares públicos, cuidando el patrimonio cultural, respetando las señales de tráfico, el orden en las colas y la derecha en las escaleras, y otros ejemplos inusuales en España.
Destaca igualmente su patriotismo bien entendido, honrando su bandera y símbolos nacionales, conociendo la música y letra de su himno nacional, respetando las diferentes creencias religiosas sin que interfieran en la vida oficial, y manteniendo siempre un honroso equilibrio entre su patria grande y su patria chica.
En Copenhague destaca el amplio uso de la bicicleta, en Oslo la abundancia de tranvías y en Estocolmo, el Metro, con estaciones de decoración monumental. Ciudades costosas las tres, con Oslo considerada la urbe más cara del mundo, que no se distinguen por su gastronomía, ramplona y de poco interés para el paladar español. Tampoco destacan en su atención al visitante.
La política cultural ocupa un lugar importante en la vida de daneses y escandinavos, lo que se refleja en la actitud cultural de los ciudadanos. Los museos y los espacios culturales son abundantes en los tres países, al menos en sus capitales. Algunos son de entrada gratuita, y, en general, disponen de tarjetas turísticas y precios moderados.
En el caso de Oslo destaca la Galería Nacional, con magníficas colecciones de pintura y escultura; otros museos de interés son el Histórico, el del pintor Edward Munch y el de los Barcos Vikingos. En cuanto a Copenhague, además de los museos de la ciudad, se han recuperado edificios industriales y lugares públicos convertidos en espacios culturales, caso de la cervecera Carlsberg o los muelles del barrio de Christianshavn.
Por último, en Estocolmo, entre otros, destaca uno de los museos europeos más visitados: el Museo Vasa, donde se conserva perfectamente el navío del siglo XVII de ese nombre, el más poderoso de su época. Tanto en el caso de Estocolmo como en otras ciudades portuarias siempre visito los buques que conformaron la historia de sus pueblos, pensando en Ferrol, incapaz de conservar un histórico velero como el Galatea, tan ligado a nuestra ciudad.
He vuelto a la triste y rutinaria España. Aquí me espera lo de siempre: los políticos, los jueces, los banqueros y las compañías eléctricas; o sea los cuatro modernos Jinetes del Apocalipsis.