DAVID Y GOLIAT

ODavid Ferrer, Ferru, versus Jerry Janowlez en el París Bercy, trofeo Masters 1000 de la capital francesa. Un gigantón, que sobrepasa dos metros de altura y con contextura de armario macizo, enfrentado al ratoncito Ferrer y sus dientecillos para mordisquear saques de hasta 230 o 240 km/hora. Y lanzar después –a base de piernas incansables, lucha enconada y golpes mágicos– la red para recoger la cosecha del éxito… Yo siempre he optado por los sencillos, modestos y humildes. Ellos dan ejemplo heroico y tienen su espejo para ser imitados.

Por eso, desde mi niñez, me cautivó la historia bíblica que narra la pelea entre un pastor y un guerrero titánico. “Conozco tu orgullo y la malicia de tu corazón”. Eliab, su mismo hermano lo vilipendia: “¿A quién has dejado tu rebañito en el desierto?”. Pero los espíritus superiores no se amilanan y cumplen su destino. “Que no desfallezca el corazón de mi señor por el filisteo ese. Tu siervo irá a luchar contra él”. Renuncio a continuar contando una fábula demasiado conocida. Frente a las armas de guerra un simple zurrón con cinco piedras y una honda. El sueño belicoso polaco –vencedor de mil gestas– derramado por la pista y David erguido sobre la victoria. Los últimos suelen ser primeros, los que se humillan ensalzados, el trabajo duro y tesonero alcanza recompensa.

Este palmarés tenístico constituye un balón de oxígeno al agobio y pesimismo nacional que sufrimos. Son estímulos que tenemos para superar cualquier fatídica prima de riesgo al lado de la gesta anual de nuestro último campeón –máximo ganador de títulos (7) y también más partidos (72)– que redondea con su seductora timidez y deliciosa humildad, tras sus aciagos años de eterno segundón. “Me he quitado una espina de encima”. Lo escribe con minúscula aun cuando le pertenezca la gloria: “Es difícil que dé un salto más…”.

 

DAVID Y GOLIAT

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