En la crisis catalana ha habido pirómanos, cortafuegos y bomberos. Los que incendiaron Cataluña y han hecho un daño casi irreparable a la economía, a laimagen y la convivencia, fueron los independentistas, los mismos que luego se han arrugado y han tratado de que sus actuaciones no tengan consecuencias políticas, económicas o judiciales. Ha habido también personas e instituciones que han actuado como cortafuegos, tratando de devolver el seny perdido, llamando a la moderación y tendiendo puentes. Y finalmente, han tenido que ser los bomberos los que apagaran el fuego y empezaran a sentar las bases para reconstruir la democracia.
En ese grupo intermedio ha estado la Iglesia Católica. Desde Roma, como desde todos los países y todas las instituciones, se dejó claro que no había apoyo al secesionismo. La Conferencia Episcopal ha dado un ejemplo de moderación, fijando los criterios, pero tratando de no aumentar la herida, dada la fractura en el clero y el propio episcopado catalán. La misma que han creado los independentistas en el resto de la sociedad. Omella y Osoro, los cardenales de Barcelona y Madrid, trataron de mediar desde la responsabilidad, como también hicieron otros sectores para evitar lo que pasó y que solo querían los secesionistas. El comportamiento de la mayoría de los obispos fue ejemplar. Ni los que estaban en contra ni los que estaban a favor echaron más leña al fuego. Con una excepción, el obispo de Solsona, Isidro Novell.
El mismo obispo que en 2013 declaraba que “el obispo no debe pronunciarse sobre temas políticos porque debe ser el obispo de todos”, en pleno conflicto en una homilía en su iglesia dijo a sus fieles que “es legítimo lo que Puigdemont ha perseguido con sus actos. En todo momento han intentado hallar caminos para llevar a cabo su programa electoral por vías de diálogo y por vías de legalidad. Y, por tanto, que la consecuencia de cumplir lo que es el motivo por el que fueron elegidos sea que son cesados y después encarcelados... esto no es justo... No es justo que por la vía de la fuerza se impida a este pueblo decidir su futuro. Porque tiene derecho a ello. Porque ‘som una nació’. No os confundáis sobre esta cuestión. Será todo lo legal que queráis, pero los cristianos no nos guiamos ni tenemos criterios en función de leyes sino de lo que es justo, verdad y digno. Y esto, esto no es justo”. Dicho lo cual terminó: “Hermanos y hermanas podéis ir en paz”.
A Novell le convendría leer lo que otro obispo, el cardenal emérito Fernando Sebastián, aragonés, pero con quince años en Barcelona, Lérida y Tarragona, escribía también esos mismos días en la revista Vida Nueva: “Catalanes y no catalanes tenemos que convencernos de que nadie es más ni menos que los demás españoles. En Cataluña tendrán que ver que están recibiendo un trato justo,, sin discriminaciones, pero también sin privilegios. Y esto tiene que ir entrando en la sociedad catalana desde una enseñanza objetiva, imparcial, no manipulada, y con unos medios de comunicación objetivos, no sectarios ni subvencionados ni teledirigidos. Si no se hace esto o algo parecido, se haga ahora lo que se haga, dentro de pocos años volveremos a estar en las mismas... Esta crisis es una oportunidad histórica No podemos perderla”. Dos obispos.