Es tan sencillo el funcionamiento de una democracia que cuesta trabajo creer que nuestros políticos y sus partidos no entiendan su mecanismo. Es, además, preocupante, porque estamos en sus manos, sirva como comparación la del enfermo que es llevado al quirófano y, una vez dentro, ve al cirujano con el bisturí en la mano y unos temblores nerviosos que puede hacerte una incisión en el hombro o en el ombligo y claro, ese enfermo, si puede, saldrá corriendo de la sala de operaciones.
A nuestros políticos les tiembla en pulso. Hemos pasado de la España de la concordia del 78 a la España de la incomunicación del 2019. Nadie quiere hablar con nadie. Los españoles que hemos votado les hemos dicho lo que queremos y les hemos dado escaños para que construyan un gobierno a cada uno los suyos y con la fuerza obtenida deben acordar un gobierno y una oposición. Para ello hay una herramienta que se ha demostrado útil en el tiempo, se llama diálogo y con ella se han conseguido grandes e históricos avances en nuestro país.
Pero ocurre que nuestros políticos renuncian a esa herramienta y se apuntan a otra, al martillo que se tiran a la cabeza cada día para justificar su incapacidad de diálogo. Por la izquierda un PSOE ganador de las últimas elecciones sin mayoría suficiente para superar una investidura en solitario, debe montar el puzzle con Podemos, PNV y los separatistas catalanes, a mayores pequeños partidos pueden redondear la suma a cambio, supongo, de dádivas del gobierno para sus comunidades. El problema aquí es que Podemos quiere moqueta y despachos y los socialistas no lo ven con buenos ojos y quieren un gobierno en solitario bajo amenaza de nuevas elecciones que pondrían, según la demoscopia, en peligro la propia existencia de Podemos o llevarlo a la marginalidad.
Ese juego es peligroso, las armas las carga el diablo y pudiera suceder, entre otras cosas, que el resultado se pareciera mucho al de las recientes elecciones y entonces volveríamos a la casilla de salida eso sí, con un cabreo monumental del cuerpo electoral que podría disparar la abstención hasta récords históricos en nuestra democracia. Es natural, si votamos y no vale para nada pues pasamos de votar. No parecen conscientes de que sus envites no son entre ellos si no contra la ciudadanía que, por cierto, ya nos estamos acostumbrando a vivir en la provisionalidad permanente, pero, eso sí, castigados por una economía que no lleva bien tanta incertidumbre. Y con ese panorama por la izquierda, cabría esperar que, en la otra banda, la oposición se presentase capaz de generar una alternativa que pusiera luz sobre tantas tinieblas, pero tampoco. La derecha y su centro tampoco son capaces de hablar en este caso, por los vetos de un Rivera que ya nos explicará cual es su aportación a la política nacional que, a todas luces le queda grande al político catalán que tanto prometía y que, por este camino, se quedará en promesa y poco más. La democracia es otra cosa, pero necesita de políticos con talento para ser útil para el pueblo.
La historia nos dice que, normalmente, la estabilidad de un país se pone en peligro a veces, por ciudadanos hartos que emprenden revueltas o revoluciones para derrocar gobiernos, incluso sistemas, aquí no, no somos los ciudadanos los que generamos inestabilidad, son los políticos, con sus complejos, su mediocridad y su ausencia de talento. Es como si solo sirvieran para discutir o para acordar sus subidas de sueldos y ahí no hay diferencias que valgan, lo hacen por unanimidad. Cuidado, este camino es peligroso….