El presidente del Gobierno y el líder de la oposición tenían que empezar sus discursos en el debate sobre el estado de la nación con las palabras de Fray Luis “decíamos ayer…”, porque sus intervenciones fueron un calco de años anteriores –Pedro Sánchez siguió el modelo de su antecesor– y aportaron poca luz para precisar mejor el diagnóstico del estado del país y para determinar qué tratamiento hay que aplicarle en su convalecencia de la crisis.
Ambos perdieron el sentido de la realidad y hablaron de una nación que no existe. El presidente presentó un país idílico en la línea del doctor Pangloss, el personaje de Voltaire que repetía constantemente que vivía en el mejor de los mundos. Las cifras macroeconómicas que manejó son ciertas, pero no permiten concluir que “España ha salido de la pesadilla sin desgarros sociales”, porque esa pesadilla sí que deja heridas en forma de paro, desigualdad, precariedad, pobreza, emigración, peores servicios… En ningún otro país aumentó tanto el desequilibrio social durante la crisis como en España.
En este sentido tenía razón el líder –y demás portavoces– de la oposición. Pero Pedro Sánchez se equivocó al no presentar alternativas para mejorar lo que hay y se pasó en la visión apocalíptica de España, como si el país estuviera paralizado, sin pulso y sin vida. Tanta negrura parece exagerada, porque nadie puede negar que la economía está hoy mejor que hace un año y en esa mejora algún mérito tendrá Rajoy y su equipo.
Por tanto, los dos tenían parte de razón. No se puede negar que España inició la senda de un notable crecimiento económico, pero también es cierto que hay un desigual reparto de la riqueza, que la crisis golpea de forma inmisericorde a los más desfavorecidos y deja a la clase media en peligro de extinción. Por eso, el debate del estado de la nación –como las semanales sesiones de control, también en Galicia–, debería servir para el análisis sereno de estos desequilibrios y la búsqueda de soluciones para erradicarlos.
Pero, más allá del intercambio de gruesos calificativos impropios del Parlamento, Rajoy y Sánchez están en trance electoral y les importaba más agradar a los suyos y mejorar sus perspectivas electorales que una sesión parlamentaria constructiva. Esto explica que a sus huestes también les importara más saber si su líder ganó el debate que el hecho de que el 75 por ciento de los españoles diga que en él no se habló de sus problemas.