La fuerza de la persuasión

Como dijo Platón, “la civilización es el triunfo de la persuasión sobre la fuerza” y, según Thomas Carlyle, “es un grave error confundir la violencia con la fuerza”.

Las anteriores ideas deben ponerse en relación con los conceptos de fuerza y violencia.

Cuando el poder se ejerce con el consentimiento y la aceptación de los ciudadanos, las normas se cumplen voluntaria y espontáneamente; pero, cuando en el ejercicio del poder “es mucho más seguro ser temido que amado”, como decía Maquiavelo, entonces fuerza y violencia se identifican, dando lugar a la dictadura que define Alberto Moravia “como un sistema en el que todos tienen miedo a uno y uno teme a todos”.

Cuando en la Antigüedad clásica se discutía la esclavitud y se reconocía que era una institución del derecho de gentes y no del derecho natural, el propio Aristóteles terminó admitiendo que, “siempre habrá uno que manda y otro que obedece”.

Tanto la fuerza como la violencia sólo deben aplicarse en caso necesario y como “última ratio”; pero respetando siempre el valor y la dignidad de las personas. Esto sólo se logra cuando se cumple el mandato ético de Kant de “tratar a las personas como un fin, nunca como un medio para el fin”.

El propio Platón reconocía que, “cuando una multitud ejerce la autoridad es más cruel aún que los tiranos”.

Por otra parte, también conviene distinguir poder y deseo, pues no todo lo que se desea se puede, ni todo lo que se puede se desea. Por eso, se afirma que el deseo y la felicidad no siempre se corresponden. Así lo entendía Epicteto, cuando afirmaba que, “sólo existe una forma de felicidad, que es dejar de preocuparnos por aquellas cosas que están más allá del poder de nuestro deseo”. Y Séneca sostenía que, “el sabio se contenta con su suerte, sea cual sea, sin desear lo que no tiene”.

La anterior posición estoica de Séneca defiende el conformismo o la ausencia de toda aspiración o deseo, lo que equivale a condenar a los seres humanos a renunciar a hacer frente a los problemas y avances de la vida y de la humanidad. Además, esa idea está en contradicción con su concepto mismo de la vida como “militar bajo banderas”, es decir, como lucha que acompaña al hombre desde que nace hasta que muere.

Para el pensador y filósofo alemán, Fichte, “el equilibrio del derecho consiste en la determinación de esferas iguales de acción para todas las personas afectadas”. Por ello, propone el derecho de coacción como un dispositivo destinado a asegurar que las personas cumplan con la ley, lo que se consigue si, frente a la voluntad que busque un fin ilegal, se produce el efecto exactamente contrario. Sólo la ley, como determinación conforme a reglas, puede modificar una voluntad mala de forma permanente. 

En resumen, cuando la ley se respeta, la fuerza es innecesaria; pero cuando no se respeta, se hace necesario “el derecho de coacción”.

La fuerza de la persuasión

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