Lucía no se llama Lucía, pero la llamaré así, es una mujer de casi 40 años, madre y trabajadora. Es tan trabajadora que además de ocuparse de sus dos hijos de 7 y 11 años tiene tres trabajos que atender fuera de su casa. Tres trabajos temporales y a tiempo parcial, y entre los tres apenas alcanza a ganar mil euros al mes. Después de pagar el alquiler y los gastos básicos de luz, agua y alimentación, Lucía no solo no ahorra, sino que debe de privarse de muchas cosas que, en otros tiempos, eran normales. De salir a cenar, ir al cine, o unas vacaciones, nada de nada. Todas esas cosas son impensables para ella. Lucía creció en una familia que le dio todo lo que pudo y empezó una vida ilusionada pensando que mejoraría la de sus padres, que podría ayudarles a ellos en su vejez y que sus propios hijos tendrían una vida mejor que la suya. Ese sueño se ha esfumado para ella y para más de 9 millones de españoles que viven en el umbral de la pobreza, muchos de ellos a pesar de tener, como Lucía, uno o varios empleos basura, de esos que luego se cuentan en las cifras oficiales sacando pecho y un infinito cinismo.