Santidad

La albanesa Angenes Gonxha Bojaxhiu está a punto de perder su nombre y apellidos por causa de su beatificación. Pasará a llamarse Beata Madre Teresa de Calcuta. La pérdida se antoja leve, ya se le conoce en el mundo por ese nombre. Se añade “beata” y es justamente en el añadido donde se produce la merma porque se le despoja de algo más importante que el nombre y los apellidos. Se le priva de su humana condición de mujer y de su ejemplar coraje a la hora de encarar y resolver la verdadera fraternidad, esa que no pasa por la caridad sino por la solidaridad.
El amarnos y cuidarnos los unos a los otros no es dádiva que se ofrende a voluntad, sino una obligación que se ha de cumplir desde la responsabilidad. La primera de la que nos asisten en la consecución y perfección de nuestra humana condición. Le exigen para obrar el expolio un milagro probado, como si no fuese prueba suficiente su vida entregada a los demás. 
No deberíamos apartarla de ese ejemplar proceder, para que además de su impagable labor quedase impresa en nuestro ánimo la obligación de imitarla. Era una mujer de carne y hueso, nada nos impide ser como ella. Nada, que no sea nuestra indiferencia por el dolor de los demás. Al encaminarla a una vida de “subdivinidad”, la Iglesia la extravía de su ser y de su ejemplo para ubicarla en un punto imposible del espacio que la niega en la tierra sin llegar a afirmarla en el cielo: la santidad.

Santidad

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