Circula por ahí un manifiesto sensato, pero tardío. Demanda una coalición de gobierno de centro-izquierda-derecha integrada por PSOE, Podemos y Ciudadanos respectivamente, con el fin de desalojar al PP del gobierno, en el que lleva cuatro años más casi otro de propina haciendo de las suyas, e instaurar uno alternativo, más benéfico para las personas y, en consecuencia, para la nación. Como cualquier cosa sensata en España, la propuesta ha recibido la calificación de descabellada, pero más grave aún es que la ha recibido de los tres partidos a los que en el manifiesto de marras se invita a coaligarse para salvar la situación política del marasmo en el que hoza.
El manifiesto, firmado en su mayor parte por los habituales de los manifiestos, incluso de manifiestos radicalmente distintos en el pasado, propone, mal que pese, una cosa sensata, la de agavillar la voluntad de casi 14 millones de votantes, el doble de los del PP, para darle cauce político, práctico, bien que a base de los encajes de bolillos que fueran menester, desde un gobierno plural, ecléctico, más técnico y humanitario que ideológico, pero, en fin, desde un gobierno de amplísima base y apoyo social. Sin embargo, al manifiesto le pasa como a la Justicia, que si es lenta no es Justicia: llega tarde. Demasiado tarde. A los actores interpelados, les ha dado tiempo a conocerse y se caen fatal y no se fían un pelo los unos de los otros.
A finales de febrero, primeros de marzo, uno, en su actual irrelevancia y en su modestia, ya propuso y argumentó en una de éstas columnas la alternativa que cinco meses después, a finales de julio, defendió la primera edición del manifiesto de marras y que ahora vuelve a defender, con más firmas de adhesión, angustiosamente, pues el tiempo y las maniobras de Rajoy lo han vuelto, y los firmantes lo saben, imposible.
En marzo no lo era. Acostumbrados a atribuir a éstos políticos de chicha y nabo toda inanidad, toda ceguera, toda incompetencia, nos olvidamos a veces de lo incompetentes, ciegos e inanes que en política democrática somos, unos más y otros menos, todos.
Nunca es tarde si la dicha es buena, pero es que la dicha de ensayar otra política, otro mundo, se nos ha ido yendo como la arena del tiempo entre los dedos. Y es tarde. Para la sensatez, en España, lo es casi siempre.