El ombligo de Puigdemont

Va ya para un trimestre con el presidente catalán cesado mirándose el ombligo, muy concentrado, sin levantar la cabeza ni querer ver lo que pasa a su alrededor. Mejor haría Puigdemont en elevar la mirada y responsabilizarse del bloqueo institucional, aunque intuyo que no quiere porque le llevaría a ingresar en prisión.
Puigdemont, fugado de la justicia, pretende establecer un gobierno catalán en Bélgica justificándolo en que las nuevas tecnologías lo permiten. Aunque tendrá, por tanto, que explicar cómo pretende realizar las sesiones semanales de gobierno, con sus reuniones preparatorias previas, cómo decretar, cómo presentar presupuestos, cómo comparecer a las sesiones de control parlamentario, cómo atender a colectivos y ciudadanos o cómo visitarlos, consolarlos y atenderlos en casos de catástrofes naturales o de otro tipo. 
En fin, es la pura imagen de un héroe griego proyectada en un espejo cóncavo, definición valleinclanesca del esperpento. Es más, pretende tomarle el pelo al conjunto de los catalanes y españoles sin ocultar su desinterés y desprecio a gobernar para el conjunto de toda la sociedad catalana. Es decir, un sectario, cuando más del 50% de los electores no votaron a partidos independentistas, y muchos más los que no le otorgaron su confianza.
Por otra parte, a no ser que pecáramos de ilusos, tampoco era difícil de adivinar que Rajoy aprovecharía el consenso sobre la aplicación del artículo 155 para paralizar cualquier cambio, ya sea constitucional o de las normas que afectan a la financiación territorial. 
Y en esas estamos, pues si bien concedió al Psoe echar a andar la comisión para el estudio de la reforma constitucional, no avanzó un paso más allá. 
Los gobiernos territoriales son responsables de un alto porcentaje del gasto redistributivo, es decir, sanidad, educación, dependencia, ordenación del territorio o el cuidado del medio ambiente y el affaire catalán está enquistando un problema de insuficiencia financiera del conjunto de las comunidades autónomas. También, está congelando la actualización de la Constitución que permita la reforma territorial del Estado. En definitiva, esa parálisis institucional nos afecta a todos los españoles en igual medida que a los catalanes.
Sin embargo, si Puidemont se echara a un lado, o lo apartaran, y el Parlamento catalán eligiera un presidente que pudiera ejercer su función sin trabas, que tratara de negociar con el Gobierno de España y colaborara con el conjunto de las comunidades autónomas, Rajoy ya no tendría excusa alguna para seguir dándole hilo a la cometa y posponer todos y cada uno de los debates constitucionales y territoriales. 
Por eso, a qué esperan los partidos catalanes para dejar a un lado su parcialidad e intransigencia, pensar en el conjunto de los catalanes y participar activamente en la construcción del futuro, en definitiva, en rehacer la convivencia.
ramonveloso@ramonveloso.com
 

El ombligo de Puigdemont

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